No creáis que las torrijas son un manjar de
última generación, tienen una dilatada historia. Ya las degustaban en época de
los romanos, y posteriormente, en el siglo XV hace de ellas una mención el
poeta y músico Juan de la Encina, que las cita explicando que son el alimento
ideal en la recuperación de las mujeres
parturientas.
En el siglo XVII apareció la receta por vez
primera en un libro de cocina, y dos siglos después en otro.
Están popularmente asociadas a la Semana
Santa, y tiene su explicación. Con la prohibición de comer carne, se ingería
menos pan y asimismo era necesario compensar con otro alimento el déficit de
proteínas y calorías cárnicas. Había que aprovechar el pan duro y saciar el
apetito.
En la actualidad son internacionalmente
conocidas. En Francia son “pain perdu”,
o sea “pan perdido”; en Inglaterra “poor knights of Windsor”; en Alemania “Arme
Ritter”; en Portugal “Rabanadas”, y suelen comerse más en fechas
navideñas; los americanos las conocen como “French Toast”;
los suizos “Fotzelschnitten”; los austríacos y bávaros “Pofesen o Pavesen”.
Yo suelo
mojarlas en leche aromatizada con canela, pero hay muchas versiones. Incluso en España también se elaboran de vino
dulce, porque la tradición popular nos dice que las torrijas representan el
cuerpo y la sangre de Cristo (el pan y el vino).
Leche, pan, huevos y azúcar son los
ingredientes básicos de cualquier torrija que se precie, a la que después se pueden
añadir otros aderezos como miel y canela a gusto del consumidor.
Yo no soy una mujer parturienta, a Dios gracias, y la Cuaresma ya ha pasado, pero me quedó pendiente esta faena días atrás, y hasta hoy no me he puesto al día para quitarme el antojo. Me he homenajeado con dos, una detrás de otra,
con una infusión.
¡Qué ricas, madredelamorhermoso!
No hay comentarios:
Publicar un comentario