Buceaba entre corales cuando un
estruendo la sobresaltó. Abrió un ojo, entre sorprendida y asustada,
comprendiendo en un segundo que el cierre metálico de la tienda de la esquina
había abortado su gratificante sueño. Se levantó algo contrariada, directa al
baño y descargó su vejiga casi a ciegas.
Cuando se refrescaba la cara en el
lavabo, un pósit pegado en el espejo llamó su atención: “Te he dejado una nota
sobre la vitrocerámica”. Intrigada, se dirigió a la cocina con diligencia. Era
costumbre entre ellos dos hacer juegos de este estilo. Constituían un incentivo
en su relación y acrecentaban su complicidad.
Desde la puerta pudo distinguir los
corazoncitos rojos de varios tamaños que decoraban el mensaje. Lo leyó: “Vale
por un fin de semana romántico en un lugar misterioso”. Saltó de alegría como
una niña pequeña. Su aniversario estaba próximo y esta aventura era su regalo,
después de una temporada estresante de trabajo.
El viaje en coche transcurrió sin
contratiempos; él conducía con su secreto bien guardado y ella solo podía ir
dilucidando el destino que les esperaba a medida que se iban acercando.
Llegaron, por fin, y la primera imagen
que sus retinas capturaron fue de paz, de belleza natural, de infinitas
posibilidades de felicidad, esa emoción que hay que aprender a saborear minuto
a minuto del presente, que es el único tiempo seguro y, a la vez, tan
escurridizo.
Sus expectativas se colmaron con el
entorno del paisaje y las espectaculares vistas que, abrazados, pudieron
contemplar desde el gran ventanal de su habitación, de esmerada decoración.
Desde que se registraron, el trato de todo el personal fue exquisito e
impecable. Parecía, asimismo, muy apetecible la oferta gastronómica. La
compenetración de la pareja era evidente y crecería, sin duda, a pasos
agigantados después de disfrutar todo lo que tenían a su alcance en este
establecimiento hotelero.
Esos dos días de desconexión de enojosas
e ineludibles rutinas laborales le supieron a gloria. Se habían confabulado los
astros mágicamente para que el resultado de esta experiencia fuese altamente
gratificante e inolvidable para ambos.
Siguieron repitiendo el método de las
notitas para permitirse un homenaje de cuando en cuando, dándose así también la
oportunidad de conocer rincones increíbles.
Ya están felizmente jubilados y rodeados
de nietos, a los que cuentan con fervorosa emoción cada una de sus andanzas,
los lugares que han visitado, los amigos que han ido sumando en cada escapada.
Sus hijos les acompañaban desde pequeños y saben, de primera mano, cómo
disfrutaban estas excursiones todos juntos.
Quedaban unos días para celebrar un
aniversario muy especial. Cuando volvieron de su paseo diario, colgaba una
bolsita de seda del tirador de la puerta de entrada. Asomaba débilmente un
rulito de papel por encima del borde fruncido con una cinta. Una vez dentro de
casa, desenrollaron el curioso papiro. Lo leyeron a la vez en voz muy baja,
casi imperceptible: “Vale por la estancia de una semana en el Balneario Agua
Bendita para dos personas”. Tenía estampadas las firmas de sus hijos y sus
nietos.
De repente, salieron todos de sus
escondrijos con aires de fiesta, abrazando a los abuelos, para redondear la
sorpresa. De sobra sabían la ilusión que les haría pasar una semana juntos en
un sitio tan relajante, y estaban en lo cierto.
Pasaron días de agradables sensaciones:
circuitos termales; masajes e hidromasajes; tratamientos faciales, de piernas,
de pies; cenas tan románticas como las de antaño, a la luz de unas velas…
Pero, sobre todo, volvieron a fundir sus
almas en un solo corazón.