Esta semana se ha celebrado una nueva edición de nuestra primera gran fiesta pacense de otoño conocida como Almossassa. Conmemora la fundación de Badajoz, allá por el año 875, por Ibn Marwan. La Plaza Alta y los aledaños se convierten, sobre todo el fin de semana, en un hervidero de gente que pasea entre tenderetes, barras al aire libre, espectáculos callejeros y ganas de festejar nuestros orígenes arábigos.
Las previsiones meteorológicas no eran muy halagüeñas, pero no se han cumplido. Así como hay que lamentar las enormes pérdidas de estos días en zonas del sudeste de la península, a causa de las desmesuradas precipitaciones, que han dado lugar a riadas e inundaciones, con el catastrófico resultado en pérdidas humanas y materiales, en Badajoz hemos disfrutado de un sábado sin lluvias y con una inmejorable temperatura.
Mi amiga Nati y yo quedamos para pasar el día juntas, costumbre que viene siendo habitual de un tiempo a esta parte, y que las dos propiciamos con gusto y saboreamos con más gusto todavía, porque nos damos el homenaje de charlar de nuestras cosas sin maridos, comemos lo que nos apetece, y nos divertimos como colegialas sin fumar hierba y sin beber ni una sola gota de alcohol.
Asistimos a la representación "El encuentro", en la Plaza Sáez de Buruaga (frente al Museo Arqueológico), y más tarde, a cargo también de la compañía Teatrapo y con la colaboración del grupo H'Orozco, "El sueño de Ibn Marwan", en los Jardines de la Galera. Ambos espectáculos vistosos y con una nutrida asistencia de público.
Después de comer kebac, sentadas en unos diminutos asientos -que si tienes lechuga en la mejilla, que si cuidado que te escurre la salsa de yogur-, unos pinchitos morunos con su correspondiente cervecita sin alcohol, en una de las barras atiborradas de personal, tomamos de postre unos crêpes rellenos de almendras, plátano y chocolate, prácticamente con los dedos, que nos supieron a gloria y nos hicieron reír como niñas cada vez que se nos embadurnaba la boca con el relleno o nos escurría el chocolate por las manos.
Hicimos algunas compras, paseamos por la Alcazaba y las inmediaciones, y para cenar compramos media docena de dulces árabes (el Mohamed de turno se equivocó y nos puso siete...), riquíiisimosss, que seguro se han quedado a vivir en nuestras caderas, todos con miel, almendras, agua de azahar... de los que no quedó ni rastro en la bandeja, uno va y otro viene, regados con un té verde calentito que nos sentó de fábula a esas horas de la noche, después de un largo día de esparcimiento, sentadas entre cojines y rodeadas de tapices, al tiempo que observábamos las caras de los viandantes o nos hacíamos fotos con el móvil, como unas adolescentes.
Por cierto, nos regalaron el vaso donde tomamos el té, de recuerdo.Volvimos hasta el coche paseando por la cálida noche, bajo la atenta mirada de la luna llena, sin prisas, dando un rodeo por donde nos apetecía, queriendo rondar la despedida de un día gratificante, lleno de sencillas experiencias y de una enriquecedora amistad.
¡Hasta el año que viene!