Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Escarcha en el pelo.

 

 

Tan apoltronado y empoderado está el 2021, que será una ardua tarea descabalgarlo del calendario que agoniza, por muy guerrero que aparezca el 2022 este próximo sábado. Nos encaramaremos sobre la balsa que tiene trazado el sendero hasta una playa virgen, una vez seamos capaces de sortear todos los acontecimientos vividos, que flotan a la deriva como restos de un naufragio en nuestro castigado recuerdo de los últimos meses.

Personalmente, le daré una patada en el trasero al año que termina con cada una de las doce uvas. Y, cuando las campanadas acaben su melodía, brindaré por todo lo bueno que pueda traernos el almanaque en blanco, aunque nuestra esperanza en el futuro haya caído en la anorexia por exigencias del guion de esta película de terror, en la que intervenimos como actores secundarios.

Se adivina en el horizonte una extenuante carrera de resistencia y de obstáculos, un reto para valientes, una aventura para intrépidos, una historia romántica para enamorados, una oportunidad para optimistas, un trofeo para campeones. Aunque las sonrisas sigan atrincheradas tras la mascarilla y haya que racionar todavía los abrazos, fortalezcamos el alma con cada pequeña alegría que ronde a nuestro alrededor.

Adiós, 2021… Me has dejado la miel en los labios y escarcha en el pelo, como cantaba Sabina. Bienvenido, 2022… Comienza la función. Silencio, se rueda.

 


 

jueves, 16 de diciembre de 2021

A ese.

 

 

A ese personaje vanidoso, arrogante, engreído, insoportablemente soberbio, que se cree el ombligo del universo y tiene el pleno convencimiento de poseer una irresistible atracción, que va cautivando a su paso a todo bicho viviente; a ese ser despreciable le deseo una… ¡feliz vanidad!

P.D. El que se pica, ajos come.

 


 

viernes, 3 de diciembre de 2021

Potro desbocado.

 

 

A fuerza de perder contacto con personas cuya presencia en mi vida echo de menos; de perder la buena costumbre de viajar a capricho por culpa del maldito virus; de perder la espontaneidad para entrar en ciertos sitios públicos, por miedo a cruzarme con la enfermedad; de perder de vista el mundo que gozábamos antes de la “nueva normalidad”…, he llegado al dramático y profundo convencimiento de preferir no volver nunca a los tiempos pretéritos (ni siquiera a desearlo), renunciar al disfrute de aquellos días ingenuamente felices, no sentir curiosidad por conocer nuevos destinos y nuevas amistades, no dejarme llevar nunca más por la corriente vertiginosa de un pasado que, haciéndonos un corte de mangas, ha huido para nunca volver.

De esta triste manera voy languideciendo y mi alma se marchita sin remisión.

Somos teselas de un macabro mosaico del futuro; teselas insignificantes, prescindibles, pero que desde lejos conforman el paisaje de caos y autodestrucción que nos envuelve; teselas que, sin sospecharlo, configuran una estampa apocalíptica que solo puede distinguirse nítidamente desde el exterior.

Muy a mi pesar, no tengo las riendas de lo que acaece en el mundo. Solo se me permite cabalgar a lomos de este potro desbocado que es el presente.