Tan apoltronado y empoderado está el 2021, que será una ardua tarea descabalgarlo del calendario que agoniza, por muy guerrero que aparezca el 2022 este próximo sábado. Nos encaramaremos sobre la balsa que tiene trazado el sendero hasta una playa virgen, una vez seamos capaces de sortear todos los acontecimientos vividos, que flotan a la deriva como restos de un naufragio en nuestro castigado recuerdo de los últimos meses.
Personalmente, le daré una patada en el trasero al año que termina con cada una de las doce uvas. Y, cuando las campanadas acaben su melodía, brindaré por todo lo bueno que pueda traernos el almanaque en blanco, aunque nuestra esperanza en el futuro haya caído en la anorexia por exigencias del guion de esta película de terror, en la que intervenimos como actores secundarios.
Se adivina en el horizonte una extenuante carrera de resistencia y de obstáculos, un reto para valientes, una aventura para intrépidos, una historia romántica para enamorados, una oportunidad para optimistas, un trofeo para campeones. Aunque las sonrisas sigan atrincheradas tras la mascarilla y haya que racionar todavía los abrazos, fortalezcamos el alma con cada pequeña alegría que ronde a nuestro alrededor.
Adiós, 2021… Me has dejado la miel en los labios y escarcha en el pelo, como cantaba Sabina. Bienvenido, 2022… Comienza la función. Silencio, se rueda.