No lo digo yo, lo dijo Cándido Méndez, exsecretario general de la UGT, en una tertulia televisiva en la que se comentaba la comparecencia del presidente ante las cámaras, tras su periodo de reflexión. Total, para ese viaje no se necesitaban alforjas. En tono de homilía salió a la palestra para poner de relieve la falta de empatía y buenos modales de las señorías de otras bancadas y de algunos medios de comunicación que lanzan bulos y difaman, afeando dudosas maniobras a personas de su entorno cercano en las que él, por descontado, nada tiene que ver. Así lo creen los contados manifestantes que respaldaron su estrategia mientras clamaban su permanencia. Hay que revertir, pedía, esta perversión democrática.
Me dan ganas de escribir una carta profunda y trascendental al director de mi colegio, exponiendo mi intención de ausentarme cinco días de mis clases, porque he de reflexionar sobre la posibilidad de darme de baja debido a la presión que sobre mí ejercen las opiniones que ponen en tela de juicio mi profesionalidad y las habladurías que suscitan desconfianza sobre algunos tejemanejes de mi pareja, circunstancias éstas que afectan sensiblemente a mi estado de ánimo, restándome motivación para seguir cumpliendo con las tareas docentes por las que me han contratado. Y, tras ese generoso paréntesis de introspección, comunicar a toda la comunidad educativa que voy a seguir trabajando con más energía y convencimiento, decidida a enfrentar los problemas que me vayan surgiendo, apelando a la comprensión y la buena educación de los que me rodean, por el bien del clima laboral.
Por supuesto, aquí no ha pasado nada. He tomado cinco días por asuntos propios de vital importancia para mi equilibrio emocional y no merezco que me rebajen el sueldo ni que me amonesten siquiera por el incumplimiento de mis funciones.
Seguro que a mí no me reirían la gracia. Salve, César.