Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 30 de junio de 2021

El "Vuelo de la Palabra" 2021

 

Un año más tengo el privilegio de entrar a formar parte de sendas antologías, la de poesía y la de narración, que todos los años publica el Ayuntamiento de Badajoz, coincidiendo con la celebración de la 40ª Feria del Libro, bajo el título "El Vuelo de la Palabra".

En esta ocasión, me han sido seleccionados dos poemas y un relato breve. A pesar del "annus horribilis" que hemos sufrido todos, se van recuperando algunos eventos culturales, con toda la parafernalia necesaria para contener la propagación del virus que ha puesto nuestro mundo patas arriba.

Es el poeta y articulista Plácido Ramírez quien aparece en la instantánea a mi lado (imagen tomada por Mane, que me acompañó a la presentación, como siempre). Fue Plácido el que me introdujo en las actividades promovidas por la asociación de vecinos Santa Marina, unas veces como jurado de sus certámenes literarios infantiles y juveniles; otras como presentadora de algunas conferencias, impartidas en el salón de actos de su sede. Desde entonces nos une una buena amistad, siempre unida a las letras con las que nos gusta hacer malabares en nuestros renglones.

Por si no habéis conseguido los volúmenes de esta edición, os paso los escritos que han tenido a bien publicarme.

 



 

 

I. Sombra

  

Desfilan impasibles los días para amar,

los días para odiar, los días para reír,

días para aprender, días para interpelar,

días para compartir y días para olvidar.

 

Es tiempo de cosechar la siembra del pasado,

coser lo que antaño rasgué,

buscar lo que en la senda perdí,

hablar lo que tanto callé.

 

Abrazar las madrugadas que traen, desordenados,

escalofríos, caricias, recuerdos desafinados,

el ritmo de unos latidos con rencores enquistados,

mariposas en el alma y deseos amordazados.

 

Se suicidan las ideas en mi pensamiento,

lágrimas tras mi coraza,

estrellas del firmamento,

palabras en mi garganta.

 

Soy la sombra fugitiva

que se esconde tras un verso,

que pisa sobre tus huellas

y que se mece en tus besos.

 

La sombra que, hombro con hombro,

sostiene tu calendario,

que te va barriendo escombros

mientras te reza un rosario.

 

Soy la sombra que engalana

tus noches de vino y rosas,

mientras enhebra suspiros

pesados como una losa.

 


 

                                                      II. SONETO AZUL

Mis palabras mudas van en procesión,

con solemnidad de Semana Santa,

tenebrosas cual la Santa Compaña

y memorizadas como una lección.

 

Grabadas a fuego, a martillo y cincel,

buscando la rima van de flor en flor,

maquillan los versos, dándoles color,

y embadurnan musas de canela y miel.

 

Mil poemas buscan palabra ideal,

de buena familia, con entonación,

para matrimonio muy serio y formal.

 

Entrecomilladas van taconeando

agudas, esdrújulas, llanas también,

y un soneto azul cae enamorado,

herido de amor, rendido a sus pies.

 


  

 

                                              CITA CON MARIO (cuento).

 

 

La puntualidad siempre fue para ella una prioridad.

 

Tenía la manía de calcular el tiempo minuciosamente, rebobinando todas las tareas que tenía que hacer para llegar puntual a cualquier evento, por insignificante que pudiese parecer, programando cada minuto a priori.

 

Se miró al espejo para pasarse revista; había elegido de su organizado armario un ajustado traje que resaltaba su voluptuosa figura, unas sandalias de tacón alto que dejaban al descubierto una cuidada pedicura, y una gargantilla de cristal de Murano que Mario le regaló cuando viajaron a Venecia. Su media melena enmarcaba un rostro de facciones duras, esculpidas a golpes de martillo y cincel por una vida llena de dificultades, que ella había ido superando con una voluntad férrea. Sus ojos ya no emitían el brillo de una juventud que todavía podía tocar con la punta de sus dedos.

 

Laura fijó su atención en la foto que, reflejada en el espejo, lucía a su espalda sobre la mesita de noche. Aún eran novios, y aquel verano ella le acompañó a la playa invitada por su familia. La instantánea la inmortalizó su cuñada, divertida viendo  cómo su hermano apresaba a Laura, sentado detrás de ella en el rompeolas, rodeándola con los brazos y las piernas, mientras el agua les salpicaba una y otra vez empujando la arena, invitándola a recorrer los rincones más recónditos de la anatomía de ambos. Su lacrimal se desbordó sin remedio, y el caudal llegó a sus labios, transportando el sabor a sal de aquel dulce recuerdo.

 

Iba bien de tiempo, así es que comenzó a encender las velas aromáticas que tenía distribuidas concienzudamente por varios rincones estratégicos del salón. A Mario le gustaba crear ambiente con ayuda de luces indirectas, y las velas eran el complemento ideal en una cita plagada de connotaciones sentimentales.

La mesa estaba perfecta: la  vajilla de loza de la Cartuja de Sevilla, los cubiertos de plata del ajuar, cristalería de Bohemia, mantelería salpicada de mariposas bordadas por ella misma, y un sencillo centro de flores silvestres. El albariño bien frío para el marisco, y un Ribera del Duero para el plato favorito de él: solomillo a la pimienta. Como fondo musical, Grover Washington, dando calor al ansiado encuentro, exhalando como un suspiro notas de un insinuante saxofón, que tiempos atrás había sido testigo de besos interminables y caricias secretas de dos enamorados en los reservados de una discoteca de capital de provincia.

Laura leyó por última vez la nota que descansaba en la mesa, junto al cubierto de Mario, primorosamente doblada. Volvió a dejarla donde estaba, y miró a su alrededor detenidamente.

 

Todo era perfecto.

 

Casi podía oler el perfume de Mario en el aire, casi podía notar su aliento en la nuca, casi podía sentir su tierno abrazo y escuchar su voz en un susurro que decía “te quiero”, una vez más, como cada día. Era casi la hora, y pudo advertir un cierto desasosiego acompañado por un sudor frío.

Cogió algo que estaba al lado del teléfono y lo sostuvo entre sus dedos, mientras tomaba asiento en la mesa. Ejecutó dos movimientos precisos, favorecidos por su condición de ambidiestra.

Ahora solo tenía que esperar, serenamente, sin sobresaltos, hasta que todo terminase. Cerró los ojos y dejó vagar sus pensamientos al compás de la sugestiva melodía. Se sintió ligera, etérea, efímera; lo único que quería era avanzar y no volver la vista atrás nunca más.

 

Sonó el timbre de la puerta.

 

Sus manos se unieron, y tras ellas, sus cuerpos se fundieron en un emocionado abrazo. Saborearon cada beso, cada caricia, cada mirada de deseo; bailaron la danza del amor eterno en un inmenso salón, donde anónimos asistentes contemplaban la escena del encuentro aplaudiendo la magnífica compenetración de los felices protagonistas, haciéndose cómplices de su secreto, sonriendo envueltos en una nube que se iba esfumando, consumiéndose como la cera de las velas, alejándose como las sensuales notas del saxofón.

 

Paula no puede dar crédito a esta situación incomprensible, a este nuevo revés de la vida. Su ira se desnudaba entre sollozos desgarrados, mientras se preguntaba el porqué de lo acaecido, rebelándose infructuosamente ante el inmisericorde destino.

 

               -“Tú no, mamá, no puedes dejarnos así, es demasiado después de que papá nos abandonara tan de repente… No podré superarlo...; tú no, mamá, mamá…”

 

Mezclado con el bullicio reinante en el salón, un constante devenir de desconocidos que vienen y van, que entran y salen, Carlos explicaba a un policía que tuvo que volver apresuradamente de una reunión de  trabajo cuando su hermana Paula le llamó, alarmada porque su madre no le abría la puerta.

Era habitual que ella olvidase sus llaves en casa, lo que no era normal es que su madre no escuchara el timbre. Desde que su padre sufrió aquel fatídico accidente, hacía ya un mes y medio, ella estaba enclaustrada y no había pisado la calle para nada; se había autoimpuesto esta especie de penitencia, como si albergara la esperanza de oírle entrar en casa de nuevo con sus bromas de costumbre.

 

Paula se tapó la cara con sus manos. En aquella camilla, debajo de aquella sábana empapada de sangre, yacía su madre sin vida. De su mano inerte resbaló una cuchilla, que un policía recogió y clasificó inmediatamente como prueba.

Al darse la vuelta, reparó en la nota manuscrita y reconoció la esmerada caligrafía que siempre había admirado de su madre. Apenas tuvo tiempo de leerla antes de que la retirasen de la mesa para precintarla.

 

 

                               “Nos vemos a las diez, mi amor.

                                                                                              Laura.” 

 



 Espero que os guste este post. Se admiten críticas constructivas...

 

https://www.badajozonline.tv/2021/06/05/presentados-los-libros-de-poesia-y-narracion-el-vuelo-de-la-palabra/