Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

jueves, 26 de agosto de 2021

Días atribulados

 

                                     

Muchas mañanas pongo en casa la televisión para sentirme acompañada, aunque mejor sería no escuchar las noticias, por no decir otros programas. Es más, si afino el oído mientras voy atendiendo otros menesteres, me invade una extraña sensación: la de que nada de eso está sucediendo. Ciertamente, parece irreal, imposible, que presenciemos impasibles las atrocidades que se cometen en este mundo injusto y desigual, supuestamente globalizado, a unos cuantos kilómetros de distancia.

Lo mismo me ocurre cuando paseo por los pasillos de alguna red social en la que, mecánicamente, vas leyendo el batiburrillo de publicaciones sin apenas discernir los memes y las felices imágenes vacacionales de los contactos, de otras que se suceden mezcladas con anonadadoras e impactantes fotos, escalofriantes titulares, desoladores artículos, desgarradoras declaraciones, desesperadas peticiones de socorro, sobre la pesadilla que están viviendo bajo el inmisericorde gobierno talibán.

El futuro que se cierne sobre Afganistán será una urdimbre de días atribulados que nadie parece querer allanar, si ello fuese posible. La mayoría mirará de soslayo para desentenderse, en cuanto finalicen los plazos anunciados, evitando así que le salpiquen la sangre y las lágrimas que van a derramarse por doquier.

La humanidad está anestesiada; nos hemos convertido en unos indolentes, si la cosa no va con nosotros ni con los nuestros. Pero, arrieritos somos.

 

 


sábado, 14 de agosto de 2021

Frente a frente

 


El mar me observa, entre sollozo y sollozo. Y yo le observo a él, al albur de mi melancolía: su inacabable llanto, su lamento persistente, su ondulada cabellera azul. Frente a frente, sin intermediarios, sin tapujos, sin disimulo, sin circunloquios: el mar y yo. Ajenos a todo y a todos. Desnudos y desarmados. Sinceros, transparentes, cómplices.

Me trae a rastras agostos caducos, en este agosto lento y deshilachado, exento de compañías de dudosa garantía para la salud, un agosto en el que la introspección es norma diaria de obligado cumplimiento.

Pero el mar no entiende de calendarios, de ausencias ni de inicuas pandemias. Siempre está repartiendo su baile y su canción, aunque su perfume se esfumó hace ya mucho. Aquel inconfundible aroma a yodo y a sal que entraba por las ventanillas bajadas del coche y se hacía notar varios kilómetros antes de arribar a la costa.

Un proceloso mar contempla impasible lo que queda de mí. Y yo contemplo extasiada su plausible inmensidad, su enigmático mensaje, su imperturbabilidad, su enternecedora melodía, su estentóreo rugido, su perseverancia a mansalva.

La brisa eriza el vello de mi cuerpo cuando el sol juega al escondite por poniente, espejeando en la espuma de las olas, invitándome a la dulce e inevitable despedida.

Volveré cada día para saborear el filo de sus besos gozosos, para arroparme con sus aterciopeladas palabras de aliento.

 


 

A veces


                                                     
 A veces tengo que detenerme antes de emprender un nuevo trote,

tengo que esconderme para recobrar el recuerdo de mi sombra,

tengo que silenciar mi boca para escuchar los gemidos de mi tristeza sorda.

Todo lo que necesito en este momento es

mirar un parsimonioso atardecer desde el balcón de la paz;

deleitarme con los sonidos quebradizos y entrecortados

del agua de una lluvia de verano cayendo en mi patio;

escuchar un te quiero en mitad de la noche,

en que el aire insomne exacerba las pasiones adormecidas;

sentir el abrazo reconfortante de una amistad imperturbable;

respirar el soplo del viento de otoño o de esa brisa,

débil pero persistente, que alborota mi pelo arracimado;

una ducha refrescante después de un día agotador;

sentir la emoción que me embarga al terminar de leer un buen libro;

escuchar el ceremonioso silencio que porta, en bandeja de plata,

mis pensamientos más poéticos.

A veces sufro tus cortas ausencias con desasosiego, anhelando el perfume

con el que hipnotizas mis sentidos hasta perder la consciencia.

Y cuando regresas, cargado de risas nuevas, me aferro a ti,

embriagada por el calor de tus abrazos,

obnubilada por la humedad de tus besos,

rendida en el refugio seguro de tu alma transparente.