Ojiplática me quedé cuando me enteré del nuevo reto viral entre jóvenes y adolescentes: darse martillazos en la cara para moldearla y parecer más atractivos. Más que nunca creo en la selección natural de la especie.
Meter un preservativo por la nariz y sacarlo por la boca; aguantar la respiración hasta quedar inconsciente; lamer tapas de inodoros de servicios públicos; comer, cocinar o morder cápsulas de detergente como si fueran dulces; echar vodka dentro del ojo para embriagarse lo más rápido posible; tomar un ansiolítico que produce sueño extremo y quien duerma el último, gana; autolesionarse en distintas partes del cuerpo… Retos virales, ¿para qué? Conseguir likes. ¿Para qué? Ser más populares. ¿Para qué? Elevar la autoestima. ¿Para qué? Sentirse importantes siendo imitados. ¿Para qué? Para no pensar en dedicar ni un minuto a lo verdaderamente necesario en nuestra cruda existencia: aprender, sentir, esforzarse, progresar, colaborar, convivir, sacrificarse, discernir, amar sin límites, entender de qué va la vida y de qué no.
Algo estamos haciendo mal con nuestros menores. Muchas leyes nuevas de educación, con mucha palabrería innovadora, que demanda una gran implicación de los maestros para adaptarse a las nuevas terminologías –lo que les supone dedicar interminables horas de trabajo no visible- y que todo conduzca finalmente a comportamientos tan insustanciales como los que evidencian estos vídeos absurdos. Que alguien me lo explique.
Puede que se deba al cambio climático, que otorga argumentos a tantos y tan dispares asuntos inexplicables.