Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

lunes, 30 de octubre de 2023

Retos

 

 
 

Ojiplática me quedé cuando me enteré del nuevo reto viral entre jóvenes y adolescentes: darse martillazos en la cara para moldearla y parecer más atractivos. Más que nunca creo en la selección natural de la especie. 

 


Meter un preservativo por la nariz y sacarlo por la boca; aguantar la respiración hasta quedar inconsciente; lamer tapas de inodoros de servicios públicos; comer, cocinar o morder cápsulas de detergente como si fueran dulces; echar vodka dentro del ojo para embriagarse lo más rápido posible; tomar un ansiolítico que produce sueño extremo y quien duerma el último, gana; autolesionarse en distintas partes del cuerpo… Retos virales, ¿para qué? Conseguir likes. ¿Para qué? Ser más populares. ¿Para qué? Elevar la autoestima. ¿Para qué? Sentirse importantes siendo imitados. ¿Para qué? Para no pensar en dedicar ni un minuto a lo verdaderamente necesario en nuestra cruda existencia: aprender, sentir, esforzarse, progresar, colaborar, convivir, sacrificarse, discernir, amar sin límites, entender de qué va la vida y de qué no. 

 


 

Algo estamos haciendo mal con nuestros menores. Muchas leyes nuevas de educación, con mucha palabrería innovadora, que demanda una gran implicación de los maestros para adaptarse a las nuevas terminologías –lo que les supone dedicar interminables horas de trabajo no visible- y que todo conduzca finalmente a comportamientos tan insustanciales como los que evidencian estos vídeos absurdos. Que alguien me lo explique.

Puede que se deba al cambio climático, que otorga argumentos a tantos y tan dispares asuntos inexplicables.

 


 

 

 


 

 

domingo, 22 de octubre de 2023

Zurriburri

 

Zurriburri

 

Transitar en coche por la avenida Sinforiano Madroñero siempre me ha resultado una antipática tarea. Recuerdo con desagrado aquellos resaltos exagerados, que ponían en riesgo los amortiguadores de los vehículos que, ineludiblemente, tenían que atravesarlos y, afortunadamente, acabaron por desaparecer después de muchas protestas. 

No en vano circuló un ocurrente meme que rezaba: “Los americanos han fabricado un automóvil capaz de circular por Sinforiano Madroñero”.

Pero se han ido incorporando inconvenientes alternativos. No hay más que reparar en el zurriburri de rayas que decoran el suelo de esta gran vía de nuestra ciudad. 

Una encrucijada de líneas inciertas (antiguas y desgastadas unas, de un blanco contundente las más recientes), paralelas desconcertantes que se hermanan por el camino. 

Una carrefilera de “tortugas” que delimita el carril bici, de un rojo vivo que da un punto de color al aburrido asfalto. 

O esa especie de flechas que confluyen, anunciando precaución a los conductores con esa ilusión óptica de estrechamiento del carril. 

Resumiendo: el zurriburri te puede llevar a un ataque repentino de ansiedad o, por el contrario, a obviar tantas señales opuestas y superpuestas, tarareando la canción que suene en “los 40 principales” mientras recorres esa importante arteria de la ciudad que está, como decía mi difunto padre, “más pintá que los lagartos de los Canchales”.