Esta mañana, el otoño me miró de frente desde mi ventana.
A medida que iba transcurriendo el día, comenzaron a poseerme los olores, los colores y el aliento frío de esta estación vestida de ocres: el olor a tierra mojada, aún en la lejanía, agarrado a las crines de un caballo trotando entre grisáceas y barrigonas nubes; el color apagado de una mariposa revoloteando alrededor del jazminero; la música del viento alocado barriendo un torbellino de hojas macilentas; las voces de los niños que arrastran su inocencia y sus mochilas por las aceras; y por fin una tímida lluvia ensortijando mi teñida cabellera.
Este otoño no quiero desengaños, este otoño quiero sueños. Quiero pintar flores sobre las ramas desnudas de los árboles de mi sendero. Quiero que la muerte me parezca bella como los días de otoño. Quiero añorar la primavera y que el invierno conserve intactas en sus nieves todas mis ilusiones. Quiero poder abrazar de nuevo el solsticio de verano.
Escucho con claridad las voces del camino en el crepúsculo del otoño, y un triste adagio cubre mis canas de absurda melancolía.
La magia del otoño se ha quedado a vivir en mi ventana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario