Dicen que hemos asistido al
último cambio horario que llevamos a cabo desde hace décadas. El que nos abre las
puertas del invierno se presenta con una hora extra debajo del brazo, debe ser
ese el motivo por el que me gusta más que el cambio de marzo. En todo caso, me
parece un despropósito; he escrito sobre el 2x3 y sobre el 3x2, que podría
parecer lo mismo pero no es ni parecido. Era más fácil cuando en lugar de
cambiar los relojes se cambiaban los horarios para empezar a desarrollar
cualquier actividad: en verano todo empezaba más temprano y en invierno algo
más tarde, para emparejar nuestras vidas con el astro rey.
Ahora que en las redes proliferan
las páginas de compraventa, voy a demandar días de 36 horas para comprar, las
24 de las que dispongo me resultan claramente insuficientes para atender todos
los frentes. Se equivocan los que creen que el dinero es lo más importante en
la vida: lo realmente trascendental es el tiempo. Los precios de todas las
cosas no deberían cuantificarse en euros, sino en minutos o en horas de nuestra
vida. Ir consumiendo el tiempo nos conduciría poco a poco hasta la irremediable
muerte: una vez gastado todo nuestro tiempo disponible, habría llegado también
el fin de nuestra vida.
Si alguien vende días de 36
horas, porque le estorban en casa, se los compro: tengo tiempo libre para pagar.
Valga como garantía este desahogo que acabo de escribir en mi blog, paranoias
aparte.