Este año no estaba yo muy convencida de mi participación, porque se me echó el tiempo encima y solo salí dos días a correr, en esta misma semana del evento, como siempre para demostrarme a mí misma que soy capaz de aguantar casi una hora de carrera contínua, aunque el ritmo sea muy lento.
Cuando recogí el dorsal, me gustó mucho el número: un 1, seguido de las tres terminaciones que siempre busco para la lotería de Navidad, que es la única que juego. Además, había conseguido convencer a mi hijo Lu para que corriese conmigo, y no era lícito retirarme en el último momento.
He de reconocer que no me cuesta demasiado completar las dos vueltas al circuito, hasta recorrer los 7.100 metros, al menos físicamente: no me duelen las rodillas o los tobillos, no me entra flato, pero superar psicológicamente que todo el mundo te vaya adelantando te mina la moral... Luego me digo: estos no van a cumplir 60 años próximamente, recuerda tu verdadero reto, que es llegar a meta sin parar ni un momento. Y ¡p'alante!
Lu empezó a mi lado, pero le animé a dejarme atrás, porque su zancada de tiarrón de 1,85 no es la mía ni por asomo.
Así que, cuando llegué en el minuto 45, me estaban esperando él y Mane, los dos inmortalizando "mi" momento.
Recogimos la camiseta de recuerdo, nos tomamos el refresco que dan a los participantes al término de la carrera, y nos pedimos unas cañas en el quiosco de S. Francisco. Vinieron a hacernos compañía la novia de Lu, mi hijo Enrique y Floki. La sorpresa mayor me la llevé cuando salieron las clasificaciones, casi sobre la marcha, puesto que en el reverso del dorsal hay un chip que monitoriza el tiempo y cualquier anomalía del recorrido que suponga sanción. ¡Había quedado la tercera de mi categoría! No me lo podía creer.
Día redondo. Reto conseguido, satisfacción personal, y cheque de compra del Corte Inglés por subirme al pódium. Mucho más de lo que me esperaba.
¡Hasta el año que viene!