De todos es bien sabido que el
tiempo es implacable e inmisericorde en su continuo deambular por nuestras
vidas. Hace ya casi un año que la Madre Cecilia Marín Torres, Misionera Sierva
de S. José -monja josefina, para que nos entendamos- nos dejó huérfanos de su
presencia a los que dedicamos tantas horas de “trabajo, fe y amor” en los
pasillos y en las clases de nuestro querido colegio Sagrada Familia. Se nos fue
una figura emblemática de nuestra comunidad educativa, pero que también supo
integrarse magistralmente en la sociedad pacense durante décadas, sin perder un
ápice de su incuestionable orgullo de raíces granadinas.
Da vértigo echar
cuentas del número de alumnos que pasaron por sus aulas, bebieron de su arte,
se deleitaron con su timbre de voz y se quedaron admirados de su sorprendente
memoria, capaz de recordar nombres y apellidos, profesiones, sucesos y
anécdotas arrinconadas en el túnel del tiempo del Badajoz del s. XX, mejor que
cualquier nacido aquí.
Cuando la Madre Cecilia se
trasladó con sus pinceles al cielo de los artistas, su pequeña comunidad
religiosa, compuesta por monjas de edad considerable, se disolvió. Cada una de
ellas emigró, con sus escasas pertenencias, a otros puntos de la geografía
española donde aún viven monjas de la misma congregación. Y nuestro veterano
colegio, regentado por ellas durante casi un siglo en suelo pacense, pasó
página para siempre y las despidió entre sollozos, asumiendo el profesorado
seglar la enorme responsabilidad de continuar el proyecto que ellas lideraron:
con la entrega, la generosidad, el ideario y los valores que nos han legado.
Los que hemos cogido ese relevo
estamos fuertes, preparados, ilusionados, esperanzados. Sentimos el abrazo y el
aliento que nuestras monjas nos hacen llegar, directos al corazón, para que
honremos el recuerdo de todas ellas y de la educación que nos inculcaron. El
espíritu de las Siervas de San José sigue vivo en nosotros, y cumpliremos
fielmente sus directrices, para que los alumnos venideros sean testimonio de
vida de la alegría del Evangelio que llevamos por bandera, generación tras
generación.
Desde estas líneas reivindico un
homenaje especial de la ciudad de Badajoz a estas religiosas, que tanta huella
han dejado en su memoria colectiva.