Hay que apearse del tren, hacer un transbordo para enlazar con la ruta siguiente, quiero creer que a un destino lleno de días moderadamente felices, que me confirmen que valió la pena el largo trayecto a pesar del mal estado de las vías.
No pido mucho ni poco:
Que siga despertando a mi lado mi compañero de viaje, después de compartir nuestros sueños sobre un mullido colchón de afectos y una almohada impregnada con perfume de conciencia tranquila.
Que pasen de largo y sin molestar el éxito, el dinero, la ambición y la falsedad.
Que las lágrimas que se derramen sean de felicidad de la buena.
Que los que nos dejan huérfanos de su presencia dejen grabada a fuego su huella en nuestros corazones.
Que nos cubra una capa de invisibilidad frente a los hipócritas y a los envidiosos.
Que bailemos sin pudor al ritmo de poesía y libertad.
Que sepamos distinguir la belleza verdadera.
Que los besos sinceros y los abrazos achuchados sean prendas de fondo de armario que podamos usar cada día de la próxima vuelta al sol.
Que ganemos la partida por jaque mate a corruptos y prevaricadores.
Y si hemos de bajarnos del vagón antes de llegar, por imperativo divino, que amigos y familiares nos recuerden con gratitud y con cariño, con nuestras luces y nuestras sombras, filtrando con benevolencia las humanas debilidades en las que caímos durante nuestra frágil existencia.
¡Adiós 2022, bienvenido 2023!