Si fuera con z, estaríais
pensando en otra Leti de la realeza. Pero no, su apellido es Sabater, aunque
podríamos decir que su atrevimiento también es real. Esta mujer es
incombustible, y en su afán por reinventarse, ahora se ha inventado una nueva
ocupación laboral: escritora. Sí, sí, amenaza con publicar una novela perfumada
de aroma septembrino, en los albores del otoño.
Según declara, se trata de una
historia de ciencia ficción, ambientada en New York, en la que una joven acaba
convirtiéndose en superheroína. Confiesa que, aunque tiene tintes autobiográficos,
es pura invención. Aclara que pasó varias noches sin dormir para escribirla…
(No precisa si a base de “salchipapa” y “polvorrón”). Menos mal que… “¡A
mediodía, alegría!”. Toda ella es fantasía, y ahora un reclamo para las musas
de las letras. No como Santiago Posteguillo, pobre, que pasó varios años
investigando desde diversas fuentes para concebir su “Yo, Julia”, por la que
mereció el último Premio Planeta.
Se me caen los palos del sombrajo,
como diría mi padre, al ser testigo del despropósito por el que esta
polifacética mujer, imbuida tal vez por el espíritu de Leonardo da Vinci, tiene
la suerte de publicar su obra ¿literaria?, mientras escritores anónimos archivan
sus relatos o poemas, incapaces de encontrar el respaldo editorial necesario
para darlos a conocer y, menos aún, para vivir de ellos.
Lo peor de todo es que habrá
compradores interesados en esta lectura. Formamos parte de una sociedad en la
que todo hijo de vecino tiene que demostrar su cualificación para trabajar en
un oficio, excepto los políticos y los que viven del cuento.
Como decía
Cantinflas: “Cinco años estudiando leyes, para ver políticos sin estudios
haciendo leyes”.
Y así vamos tirando, opositando a
gilipuertas.