Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

martes, 8 de noviembre de 2022

Fin de semana en Rocamador.

 

Teníamos ganas los Gómez de pasar un par de días juntos los ocho (Gómez-Núñez, Rodríguez-Gómez, Álvarez-Gómez y Gómez-Díaz), en algún lugar distinto a los de siempre (la playa, la casa de Paci...). Mane sugirió el Monasterio de Rocamador por su cercanía, su maravilloso entorno y porque nos daba la posibilidad de tener a cada pareja su intimidad, además de una zona común para echarnos unas risas delante de buenas viandas o tomando unas copitas.


Conocimos el restaurante hace años, cuando lo regentaban los Bosé y algún famoso más, pero estábamos en la creencia de que en la actualidad permanecía cerrado al público. Nada más lejos de la realidad: abiertos el hotel y el restaurante, activos a pleno rendimiento para bodas y festejos parecidos, ahora explotados por una nueva empresa.

El Monasterio de Rocamador se fundó en el s. XVI como convento franciscano. Se encuentra en las inmediaciones de Almendral, en medio de un bello paraje rodeado de encinas.




 
Nos cautivó la idea de ocupar unas pequeñas villas que hay justo a la entrada del recinto, cada pareja la suya. La mía se llamaba "Villa Cayetana", otra "Tempranillo", otra "Graciano" y otra "Garnacha". 
 





Podíamos disponer de una cocina común, en la que había dos vitrocerámicas, cuatro frigoríficos, mesas de comedor con sus sillas, lavaplatos, horno microondas, cafetera, un completísimo menaje de cocina, un magnífico porche al aire libre... La idea era comer en el restaurante a mediodía, pero cenar y desayunar por nuestra cuenta; para ello llevábamos desde buena y abundante chacina extremeña hasta buenos vinos, cava y botellón.
 





 
El interior del restaurante era antaño una pequeña capilla. Se come de maravilla y su precio no es prohibitivo. 
 


Antes de comer nos tomamos el aperitivo en los veladores de la entrada, entre charla y risas.





Y después de comer tomamos fuera el café y un chupito, antes de dar un gran paseo por el entorno.

Era para mí una obligación y absoluta devoción probar la piscina. La excelente temperatura del "veroño" era un reclamo difícil de eludir y yo me di el gustazo.








Las vistas desde el mirador son maravillosas y las fotos dan idea de lo bien que lo pasamos mientras nos deleitábamos con el paisaje.





Por la noche se encienden unas luces muy bonitas a lo largo del edificio principal y los colindantes, que consiguen crear un ambiente muy acogedor.



Después de descansar como bebés y desayunar como reyes, recogimos nuestras cosas y emprendimos la vuelta, felices como perdices. Antes de desbaratar el grupo decidimos visitar el Dolmen de La Lapita, cerca de Barcarrota, que nos venía bien de camino.



Seguidamente, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, fuimos a visitar el castillo de Nogales. Vino a acompañarnos Ana, la novia de mi hijo Enrique, que estaba allí con su abuela.






Con tanto turismo se nos echó encima la hora de comer, y mi pueblo (Santa Marta) era una buena opción para dar por finalizada nuestra escapada. En el Casino comimos y, después, cada mochuelo a su olivo. 


Ya estamos pensando en la próxima escapadita, nos llevamos fenomenal y juntos nos lo pasamos de fábula.