DESDE MI TOALLA
Un errante rebaño de nubes cubre mi piel tímidamente bronceada,
como una caricia robada.
Errantes rayos de sol despiertan mis sentidos,
tiernamente,
con la sutileza de un beso en la oscuridad de la noche.
La brisa me susurra al oído melodías de nostalgia,
invitándome a soñar.
Una manada de olas galopa desde el horizonte, sin bridas,
escupiendo con descaro su atronador gemido,
sin darse una tregua.
Almas solitarias que van y que vienen,
entrecruzando sus destinos ciegos,
con aires de estudiada indiferencia.
Nácares maltrechos, condenados al ostracismo,
abandonados a la erosión del olvido y la indiferencia.
Alfombra de arena sin calendario,
que repite día a día su canto sordo,
bajo anónimas huellas de desdibujado contorno.
Y mi triste figura, de mirada lánguida y desconcertada,
cuestionándose de nuevo su papel en el patético teatro de la vida.
Observo y reflexiono desde mi toalla,
confidente inanimado y casual de mis desvaríos,
arcoíris de algodón arrastrándose en la playa.
Ya sé que estamos en invierno, que hace frío, que llueve, que los días son aún muy cortos, que el sol brilla por su ausencia...pero me hace feliz recordar las sensaciones placenteras que me producen las jornadas estivales. Dormir sin sobresaltarse por la alarma del móvil, desayunar deleitándose con las vistas, leer sin horario, escribir hasta altas horas de la madrugada, disfrutar de largas tertulias entre amigos, aparcar las prisas y olvidar el tráfico, y atiborrarse de gambas, coquinas y gazpacho.
Después hay que atravesar el bosque de la nostalgia y acomodarse en la tumbona de la esperanza durante varios meses, esbozando una sonrisa al desempolvar las fotos dormidas en una carpeta de ordenador.
Que os sea leve. Sed moderadamente felices.