Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

martes, 25 de agosto de 2020

Embrujo


Es un placer para los sentidos saborear el aire, siempre renovado, de cada mañana recién estrenada.
Madrugar trunca los sueños nocturnos, pero merece la pena soñar despiertos con el embrujo de las primeras luces.
Quien no haya contemplado de cerca el sosegado azul del mar, libre del bullicio de los veraneantes, difícilmente será capaz de imaginar la suma belleza de su silencioso desierto de espuma blanca y arena.



jueves, 20 de agosto de 2020

Cita a ciegas



Cita a ciegas.

Sentada al borde del acantilado de agosto, abatida y resignada a saltar al precipicio de septiembre sin paracaídas. Así estoy. Así estamos muchos docentes: dejándonos invadir por una actitud indolente que nos conducirá irremediablemente al despeñadero.


Hemos recorrido escarpados parajes los últimos meses, y estamos a punto de comenzar nuevas y peligrosas aventuras. Podríamos englobar el nuevo curso en un proyecto que se llame “Descubrimientos”, porque define con probabilidad lo que nos puede esperar a partir de la vuelta a las clases: dificultades de toda índole, soluciones improvisadas, insomnio, inseguridad, nuevas estrategias pedagógicas, alguna que otra esperanza en el horizonte, y todo ello mientras buscamos nuevos cauces de afecto con nuestros alumnos, sin contacto físico, hasta ahora inexplorados.


En este desafío vamos a necesitar la colaboración desinteresada de los padres, porque desde los despachos vendrán más palos de ciego. Todos a una por nuestros niños, esta será una excelente oportunidad para darles una lección de vida.
Los maestros tenemos con el curso 2020/2021 una cita a ciegas. Espero que las flechas de Cupido no estén envenenadas.


lunes, 10 de agosto de 2020

JD en medio de la pandemia.



Podríamos calificar el 2020 de “annus horribilis”, sin necesidad de dar explicación alguna.


Soy de la cosecha de 1.960 y, por lo tanto, este año he cumplido los 60, aunque la efeméride ha pasado sin pena ni gloria, debido a las especiales circunstancias que estamos viviendo. Pero eso no significa que haya que suprimir todas nuestras rutinas sin excepción.


Yo no quiero renunciar este atípico verano al jueguecito que inicié en 2.010, y que corrobora que voy cumpliendo primaveras, irremisiblemente, con sobrada motivación para verme envejecer sin traumas incapacitantes, y que dispongo de humor y vitalidad para dejar documento gráfico de esta inexorable ley de vida, aunque el paso del tiempo vaya diezmando la juventud que antaño disfrutamos. Si un verano dejo de hacerlo, mal augurio.


Por lo tanto, ahí va: mismas coordenadas geográficas e idéntica ubicación de siempre; mismo cielo y mismo mar; misma mujer y mismo fotógrafo (con el que, por cierto, comparto lecho…).




Pongo mis cartas boca arriba con desenfado, pero también con humildad. Si, llegados a este punto, el asunto te incomoda o se te antoja intolerable, no sigas: haz clic y sal cuanto antes de esta página, no vaya a darte un corte de digestión y la responsabilidad recaiga sobre mi conciencia.




                   Sed moderadamente felices.


                                  Paz y Amor.




Juego de las Diferencias anteriores.

Juego de las Diferencias del año pasado.




                                      Ciao

jueves, 6 de agosto de 2020

Felicidad de la buena



Planeamos aquella noche ir al cine de verano. Es uno de los pequeños placeres que aún se pueden disfrutar en este sucedáneo de mundo que nos ha quedado. Al llegar, con tiempo suficiente, la cola hasta la taquilla nos pareció una serpiente de ciencia ficción, recorriendo una larga avenida. Las resignadas almas allí congregadas, bozal en boca, avanzaban con pasmosa lentitud e irremediable paciencia. Al cabo de un rato, los dos llegamos a la conclusión de que nos sería imposible acceder a la proyección en el horario establecido, sobre todo si se cumplía a rajatabla la normativa sobre aforo limitado en cada sala, por lo que decidimos renunciar a nuestro plan y salimos de la fila.

Volvimos a casa y nos pusimos una de las cintas de vídeo que hemos digitalizado, de cuando nuestros tres hijos eran pequeños y nosotros unos jovencísimos padres cubriendo todas sus necesidades, en una feliz época de nuestra existencia, en la que nos faltaban horas y manos para atender todos los frentes. Aún así, la vida era perfecta: se leía el afecto en cada sonrisa, los roces no estaban prohibidos, las distancias de seguridad entre personas eran un concepto no inventado, y los besos y los abrazos no estaban, como ahora, en peligro de extinción. Se estrechaban sin reticencias las manos para saludar, no había marcas en el suelo para indicar el sentido de la marcha, y no era obligatorio el gel hidroalcohólico a la entrada de ningún establecimiento.

Éramos felices; entonces lo intuíamos, ahora lo sabemos seguro. Estábamos sanos y sin miedo a enfermar; podíamos pasear por la playa sin reglas ni horarios; estaba permitido respirar aire puro, de día o de noche, sin tapabocas; no se prohibían las reuniones ni las celebraciones con muchos amigos o con la familia al completo; teníamos libertad para movernos a lo largo y ancho de este mundo sin pedir permiso, más que a nuestro bolsillo.

Todo a mi alrededor se me antoja como un mal sueño. Recurriré a mis antiguos vídeos digitalizados cada vez que necesite un chute de felicidad de la buena.