En una casa siempre hay huecos
manifiestamente aprovechables, y enseres para guardar. Pero también es verdad
que los “artistas” de cualquier índole (albañiles, carpinteros, electricistas,
técnicos de todo tipo…) no son asequibles a todos los bolsillos en la mayoría
de las ocasiones, siempre hay necesidades más urgentes en la lista de prioridades.
Puedo presumir y presumo de estar
casada con un manitas. Lo que no sabe, lo averigua, y se pone manos a la obra
en menos que pía un pollo. Planifica, compra los materiales, proyecta y
ejecuta.
La primera obra de carpintería
que se propuso fue “vestir” la parte baja de una estantería de ladrillo,
poniéndole dos puertas, un cajón para cubertería y unas baldas.
Trajo a casa unas tablas de
madera que él mismo cortó, lijó, envejeció y barnizó, hasta quedarlas como si
fueran antiguas. Incluso el diseño ornamental es de su cosecha, además de los
complementos de tachuelas de forja y tiradores, que compaginan muy bien con el
resto del mobiliario.
El cajón abre y cierra con fluidez, gracias al
sofisticado mecanismo, propio de un carpintero profesional más que de un
aficionado, y las puertas llevan un imán que las abre y cierra a la perfección.
El resultado es inmejorable para
mi gusto. Ha cubierto un hueco, pero quedan otros tres… Espero que termine su
obra con el tiempo y una caña.
Y como la adrenalina que aporta
la satisfacción de lo bien hecho es adictiva, se embarcó en otro proyecto de
carpintería más ambicioso: un gran mueble bajo para la cocina.
Vuelta a empezar: comprar tablas,
hacer los dibujos con cada detalle, y desparramar por el suelo todo lo
necesario para tenerlo a mano, el tiempo que haga falta, que es lo único que no
estaba calculado, por aquello de los imprevistos y que a un artista no hay que
presionarlo ni estresarlo.
El resultado ha sorprendido gratamente
a propios y extraños, y a decir verdad, mi marido me sigue sorprendiendo
después de cuatro décadas por la misma senda. El mueble tiene todo tipo de
detalles, tanto por dentro como por fuera. Y si no me creéis, juzgad vosotros
mismos por las fotos.
Ahora está inmerso en el papel de
albañil: dice que le apetecía poner ladrillos, después de toda una vida
dirigiendo obras. Pero esto merece un capítulo aparte, cuando remate su nueva
ocurrencia.
¡Saludos!