Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Gracias a la vida

 

Estas navidades marcan un antes y un después en nuestra vida. Miro de reojo a mi alrededor y veo miedo y callado sufrimiento, incertidumbre y una tímida esperanza.

Echo mucho de menos la antigua normalidad, esa que nunca más disfrutaremos por culpa de una agenda impuesta desde las más altas instancias.

Siempre habrá quien opine que, de la deplorable situación que actualmente padecemos, vamos a salir mejores, más fuertes, más ricos y más unidos. Siento disentir de esa utópica teoría; probablemente saldremos en peor estado, muy debilitados en todos los sentidos, más pobres y más solos. Nos costará enormemente recuperar nuestras libertades, los abrazos postergados, las sonrisas visibles, la capacidad de ahorro, las grandes celebraciones familiares, los paseos callejeros sin limitación de horarios, las compras en tiendas sin aforo reducido, la sensación de mezclarte con otros sin sentir miedo, los viajes anulados… 

 


 

Doy gracias por compartir mis días y mis noches con un hombre que tal vez no me merezco: sensato, equilibrado, competente y que se mueve por los sentimientos. A estas alturas de mi vida creo saber valorar lo que es verdaderamente importante. Procuro mantener cerca a las personas que quiero y fijar distancias con las que poco o nada me aportan, y más aún con las que contaminan mis posibles momentos de felicidad.

Tengo algunos sueños por cumplir y energía suficiente para sacarlos adelante. No aspiro a tener, me gusta más conservar. No me atrae comprar, prefiero reciclar. Me asusta el mundo que se está gestando en el vientre de esta pandemia, porque no ayudará a mis hijos a vivir con la serenidad, la libertad y la naturalidad con la que yo he vivido.

Me bastan los alimentos básicos, mucho amor entre las sábanas, deleitarme con mirar las puestas de sol, la luna y las estrellas, sentirme independiente y activa hasta que el cuerpo aguante, disponer de un rincón agradable para leer un buen libro y de tiempo para escribir todo lo que se me pase por la cabeza, en prosa o en verso. Que nadie me tape la boca para expresarme, ni secuestre mi teclado para censurar lo que quiera opinar o imponerme unas consignas.

Necesito algún ratito de buena música para evocar a los que ya se fueron, pero también para bailar sin recato hasta quedarme sin aliento. Y reír a carcajadas, sin motivo aparente, en buena compañía.

 


 

Me gustaría dejar, a mi muerte, un recuerdo amable en mis hijos y en mis alumnos, si son capaces de perdonar todo lo que hice mal. Y ya está. He cumplido la misión: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. No todos pueden decir lo mismo.

Como cantaba Mercedes Sosa: ¡Gracias a la vida, que me ha dado tanto…!

 

Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado,
y en las multitudes, el hombre que yo amo.

 


 

 

 

viernes, 18 de diciembre de 2020

Margarita


 

Se jubila otra buena compañera, con la que he compartido más de tres décadas de fatigas y satisfacciones profesionales en el colegio.

La celebración, a la antigua usanza, tendrá que esperar hasta que termine el secuestro al que nos tiene sometidos el bicho. Así que, nada de celebración religiosa, nada de comida fraternal, nada de besos ni abrazos, nada de copitas, nada de pachangueo. 


  

La despedida de Margarita la hemos celebrado online, como no podía ser de otra manera. A falta de tocarnos, nos hemos visto y nos hemos oído. No es lo mismo, pero es la opción menos perjudicial para todos y la más responsable.

Como es mi costumbre, le escribí un poema con el cariño que le tengo por tantos años juntas en esta maravillosa tarea de ser docente.

Los primeros versos son un guiño al gran Rubén Darío, al que le he tomado prestado su famoso poema, adaptándolo a nuestra protagonista del feliz evento.

Soy la trabajadora más antigua de las Josefinas, pero aún me queda, por edad, un camino a recorrer hasta la meta que tú has alcanzado. Te voy a echar de menos.

Disfruta, te lo mereces.


 

                  Margarita (diciembre 2020)

 

Esto era FEC que tenía

un colegio de estudiantes,

una capilla muy fría,

con coro para los cantes,

un quiosco en la misma esquina,

un comedor con menú,

y una linda profesora,

tan bonita, Margarita,

tan bonita como tú.

 

Os voy a contar un cuento de una rubia señorita

que, desde hace muchos años, trabaja para monjitas

de un colegio concertado, de educación exquisita.

 

El destino la tocó con su mágica varita,

por ser ella responsable, bilingüe y cosmopolita.

Estos pasillos la han visto desde que era mocita.

 

Hoy se despide de todos nuestra dulce Margarita,

con sus ojitos azules y su frágil figurita.

 

Interminables sesiones de clase, en las mañanitas.

Los cafés en el recreo y, a la salida, cañitas.

Atrás se quedan las tardes de claustros y de visitas,

corregir hasta altas horas, cuando el sueño incapacita.

 

Ahora te esperan al norte, en tu costa favorita y

disfrutarás de tus nietos hasta que tu alma derritan.

 

Recordarás este año con ilusión infinita,

a pesar de la pandemia que entre nosotros transita.

 

Porque tú te lo has ganado. Por fin te llegó la horita.

Llévate nuestro cariño, mi querida Margarita,

que estos sentidos versos van por ti, musa florida.

 

                                                                                           Maribel Núñez Arcos.