En aquel profundo
sueño volvió el pasado,
arrastrando las
pavesas de un fuego descontrolado,
que me inundó los
ojos del humo de su sombra.
El aire arrebolado de
mi abanico me sacudió en la cara,
y la estancia se
iluminó con la luz de su recuerdo.
Su boca masticaba
cálidos versos sobre la mía
y yo me dejaba rimar
con el perfume de su aliento.
Una espesa bruma nos
envolvió y perdí su abrazo.
El día abrió la
ventana, disparándome una bala de presente
y matando cualquier
esperanza de futuro.
Todo se volvió hostil
y sórdido sin el brillo de sus ojos.
La niebla vistió mi
cuerpo agotado
y temblé como la luna
en la superficie del agua serena.
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