Cuando la tristeza entra por la puerta,
las ganas de vivir saltan desde la
ventana.
Rebosar entusiasmo no es una obligación
de contrato indefinido.
Reclamo mi derecho a lamer mis heridas,
mis cicatrices,
a llorar sin esconderme,
a levantar mi voz cuando me hacen daño.
A caer para, sacando fuerzas de
flaqueza,
levantarme y reinventarme,
y volver a avanzar, aunque sea reptando.
Ponerme nuevas metas y llegar,
aunque no me espere una medalla.
Hoy abrazo la tristeza buscando un
alivio,
pero no acaba de salir el sol en mi
alma.
Es preciosa, un canto a la tristeza que reconforta.
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