Dícese de la emisión de quejidos
lastimeros, producidos por dolor, similares a la onomatopeya de la chimpancé mundialmente
conocida por el nombre de Chita,
compañera de andanzas por la selva y fiel amiga del archiconocido personaje Tarzán, salido de la invención y la
pluma del escritor Edgar
Rice Burroughs.
A falta de la acuñación de este
término por la RAE, que hizo acopio
de muchos nuevos hace no mucho, mi marido se ha tomado la libertad de
adjudicárselo para su diccionario particular, y de paso para el mío, que tendré
que incorporarlo a mi vocabulario para, al menos, entenderlo y procesarlo cuando
mi cónyuge haga uso de la expresión.
Así, es habitualmente frecuente
que me afirme recién levantado: esta noche
has “chiteado” mucho, en alusión a mis grititos de dolor cuando mi hombro lesionado
se somete a un cambio de postura de mi cuerpo serrano en la cama, en sueños, y
se hace presente mi capsulitis adhesiva,
dolencia conocida familiarmente como “hombro congelado”, que incapacita para la
movilidad natural de la cintura escápulo-humeral y, de paso, me fustiga con un
impenitente dolor que me tiene machacada y acobardada, de día y de noche, en
reposo y en movimiento, y que mi santo varón bien conoce porque le produce varios
episodios de vigilia nocturna cada noche, desde hace varios meses.
Así que, no lo olvidéis: yo
chiteo, tú chiteas, él chitea, nosotros chiteamos, vosotros chiteáis, ellos
chitean. Presente de Indicativo del verbo “chitear”= chillar con la a
reiteradamente, como la mona Chita.
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