Pertenezco a la última promoción que
estudió de 1º a 6º de Bachillerato y que accedió a la Universidad después de
COU. En aquella época se podía optar por cursar inglés o francés, a criterio
individual, y yo estudié francés.
Ahora no hay alternativa posible. El inglés
se convirtió, tiempo ha, en materia obligatoria, y actualmente en una obsesión
de los colegios por conseguir lucir en su fachada el cartel de “Centro
Bilingüe”, para no ser menos que el colegio de más allá. Este objetivo es un
reto para los equipos directivos, un postureo para algunos padres, y una auténtica
pesadilla para muchos docentes. Los que como yo, cercanos a la prejubilación,
no aprendimos inglés en su día, nos vemos obligados por las circunstancias a
estudiarlo, no por gusto de saberlo, sino con la obligación de hablarlo en las
clases. Ya me diréis qué lecciones puedo yo dar en el idioma de Shakespeare,
que no rayen en el ridículo más espantoso, por mucho que me aplique, entre
alumnos que desde infantil lo chapurrean con mejor o peor soltura. Me parece
lógico que los nuevos docentes que se incorporan acrediten un buen nivel, pero creo
que la implantación del bilingüismo en los centros debe ser un proyecto a más
largo plazo. Las prisas nunca son buenas, pero los intereses económicos que se
pueden intuir son contundentes. Tendré que pagarme una academia de mi bolsillo
para poder seguir trabajando, porque sola no paso del guan, chu, zri.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el viernes 6 de febrero de 2015.
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