Bien podría pasar a denominarse así el recién fallecido Duque de Suárez, porque enarboló la bandera de la honestidad, incluso pisoteando sus propios intereses. Permanentemente, entre sus objetivos en el horizonte, estaba el beneficio de España por encima de cualquier otro.
Hemos de agradecerle una magistral gestión del histórico y crítico momento de la transición, que difícilmente otro político habría manejado mejor, con decisiones firmes y bajo un cielo de paz y de consenso. Y, cuando creyó que debía dejar el relevo de sus obligaciones patrias, dimitió sin que le temblara el pulso y dio la cara, exponiendo sus argumentos, por lo que él consideró el bien de su nación.
Descanse en paz, con nuestro eterno y sincero agradecimiento. Ojalá su sentido del honor creara escuela, y muchos de los políticos en activo siguieran su ejemplo, que aquí no dimite nadie bajo ningún pretexto, teniendo mil motivos para ello, como mentiras probadas y reiteradas, amiguismo, corruptelas de todos los colores, negligencias, prevaricaciones y delitos varios. Pero hay que tener la talla, el carisma, el talante y la honorabilidad de D. Adolfo, cualidades en peligro de extinción entre la actual casta política, tan denigrada, tan denigrante.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el martes 25 de marzo de 2.014.
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