Llegar a ser mujer madura tiene
sus pros y sus contras: no tengo que labrarme un futuro, no sufro por un amor
platónico, no me viene la regla durante una excursión, no hay peligro de
embarazo… Pero también se pierden algunos privilegios por el camino: ya no
crees en los gnomos, ni en las hadas, ni en los príncipes azules, ni siquiera
en los Reyes Magos. Y cuando no se cree en Sus Majestades, ellos te castigan
con el látigo de su indiferencia, y no pasan por tu casa el 6 de enero. Así
que, si quieres merecer algún regalo ese día, debes procurar encomendarle el
recado a alguien de tu confianza, que conozca tus gustos y no defraude tus
expectativas. El resultado puede parecer igual, pero no es lo mismo, dónde va a
parar, hay una millonada de ilusión de diferencia.
En las casas en las que viven niños
la magia se mantiene viva, pero yo estoy en esa estrecha franja de años en la
que los hijos se han hecho mayores, pero los nietos aún no corretean por los
pasillos. No sé cuánto durará, pero hoy por hoy, mi emoción más grande este día
es irme comiendo el roscón, a ver si encuentro el regalito en mi trozo. O el
haba, en cualquier caso yo lo compro y yo lo pago para todos.
Tantos años llevamos la inocencia
ceñida al talle, que acabamos perdiendo ambas cosas por culpa de un atracón de
dudas… y del roscón de Reyes. Triste, pero real. ¡Qué pena, por Dios! Mañana ya
veremos qué pasa, pero hoy me acabo mi roscón de nata aunque reviente, a ver si
se me pasa el disgusto que tengo. Madura y golosa, a nadie le amarga un dulce.
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