Es difícil para un niño gestionar
sus impulsos al término de una competición o de un partido, sea de lo que sea,
tanto si gana como si pierde. Lo más habitual es que se dejen llevar por la
rabia o la impotencia ante la frustración, o por la soberbia y la prepotencia
ante el éxito. Por más que los maestros intentemos inculcarles valores como la
humildad, la generosidad, la aceptación de sus limitaciones, la cabra siempre
tira al monte, y llegado el momento cometen los mismos errores.
Tal vez por eso
he pensado en mis alumnos cuando he escuchado las noticias sobre el Open de
Australia. La final, entre los dos grandes tenistas Nadal y Federer es, en sí
misma, una lección ejemplar de lo que quiero que aprendan todos los niños en
edad escolar. Ha sido un partido de gran desgaste físico, muy igualado, que
cualquiera de los dos habría podido y merecido ganar. Se ha proclamado campeón
Federer, a sus 35 años, que lejos de vanagloriarse por su victoria, le quitó
importancia para dársela a su rival en la pista. Y Nadal, de 30 años, abatido
por el cansancio, supo aceptar la derrota con la deportividad que le
caracteriza, asegurando que su contrario ha sido mejor, pero que luchará para
volver a ganar el trofeo en el futuro. Esa es la actitud. Los admiro -¡quién
no…!- y tienen que ser un referente para los jóvenes. Han dado, sin duda, una
gran lección.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el lunes 30 de enero de 2017
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