Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

jueves, 18 de julio de 2024

Aquellos maravillosos años (Revista de Ferias y Fiestas de Santa Marta de los Barros 2024).

 

Hoy me ha invadido una ola de nostalgia que me ha llevado a evocar los años de mi infancia y mi juventud en mi querido pueblo. No importa cuánto tiempo hace que dejé de vivir en él, mi memoria sucumbe siempre al recuerdo de tantos y tantos momentos ingenuamente felices. Por aquel entonces todo era más simple y, a la vez, más mágico.

Cómo olvidar la escuela de Doña Antonia Molina, en la calle Mártires, o la inauguración del Colegio Nuestra Señora de Gracia, en la carretera.

Jugar con las vecinas saltando al ritmo de “El cochecito Leré” con la comba, al “pinche” o a la “role”, en la calle La Morera.

Comer uvas del parrón que cubría mi patio o las merendillas de pan con chocolate (o de pan, aceite y azúcar) sentada en el umbral de la puerta de casa.

Las excursiones al Risco en pandilla y las caminatas hasta “La Garandina” para bañarnos en la alberca.

Las romerías de S. Isidro en “El Chaparral”, cantando subida a una maravillosa carroza, hecha primorosamente con papel de seda y engrudo, cada 15 de mayo.

Las misas cantadas desde el coro de nuestra preciosa iglesia, bajo la dirección de Paco Suárez.

Las películas en el cine de verano, sentados en aquellos sencillos bancos corridos de madera, bajo un cielo atravesado por estrellas fugaces vigiladas por la luna.

Las patatas bravas del bar de Fito.

Los exquisitos helados de limón de Elisa Torres, que iban recorriendo las calles en el carromato conducido por Manolo y mi madre compraba para mitigar el calor del estío.

Bombardean mi memoria estampas de la feria, con sus cacharritos poco sofisticados, como la ola o los coches chocantes, ocupando las plazas; los puestos de golosinas; el Casino, a rebosar; la calle “El Medio” atiborrada de gente; la verbena a ritmo de pasodobles, rumbitas y la canción del verano que correspondiese; el vestido hecho por la modista de confianza para la ocasión; el puesto de churros con chocolate para terminar la noche…

Al mirar atrás (y ya hay mucho camino andado) me doy cuenta cuánto significaron esos años para mí y para todos los que compartieron conmigo esos gloriosos calendarios en las calles de nuestro pueblo. Fueron tiempos de inocencia y descubrimiento que están grabados a fuego en mi corazón, que dibujan, inexorablemente, una sonrisa en mi boca y aportan calidez a mi alma.

 

Felices fiestas a todos mis paisanos. ¡Viva Santa Marta!

 


 

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