Cuando todo parecía idílico, se
torcieron los renglones de la felicidad y se emborronaron los días sin previo
aviso.
Cayeron las risas en el recuerdo
y desapareció el brillo de los ojos y la complicidad en cada intercambio de
miradas.
En un abrir y cerrar de ojos, los
sueños se tornaron pesadillas y los proyectos de futuro acabaron por
suicidarse.
¿Dónde se fueron el cariño y el
amor sin condiciones, dónde el frescor de las caricias sinceras, dónde los
amaneceres arropados con abrazos…?
Nada queda, solo un vacío infinito
en un bucle que aprieta la garganta, un espacio sin aire en el pozo del olvido,
un cielo sin luna ni estrellas, sin soles sobre azules lienzos salpicados de
algodón, solo oscuridad y silencio.
Fue cayendo la alegría como un
castillo de naipes en mitad de la tormenta.
No hubo duelo, ni despedida, solo
una dolorosa ausencia, que ya ni siquiera escucha mi pena.
Estas líneas son la tijera que
corta el cordón.
Es el fin de lo que pudo ser y no
fue, hay que tomar impulso y saltar con el paracaídas de la esperanza para
surcar de nuevo cielos azules, respirar aire limpio de impurezas, impregnarse
de risas frescas, versos sentidos, abrazos nuevos.
Acabo de matar dos fantasmas del
pasado, estoy en guardia para sacarles la lengua si se les ocurre asustarme
cuando esté desprevenida.
¡Bye, ghosts!
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