El aislamiento voluntario me ha enseñado que es mejor la soledad sola que en compañía, porque el silencio solitario enriquece el espíritu y alimenta la paz interior, mientras que el ruido de las pisadas de indiferencia e incomprensión de los otros, cuando desnudan tu invisibilidad, acrecientan la melancolía y la decepción, la depresión y la tristeza del alma, el agotamiento por impotencia y sumisión.
En esta lánguida tarde teñida de grises, incansables olas de efímera espuma arrastran viento y sales suficientes para empapar el ánimo de una luz cegadora y un azul limpísimo, que acompañarán mi nostalgia hasta el ansiado regreso.
Ese mar, que no se acaba en el horizonte de una onírica mirada, me acompañará hasta el final. Borrará las huellas de mis pasos por las baldosas de mis días y me arropará con su gélida caricia en un abrazo eterno.
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