Vivimos una página de la historia en la que decir la verdad, lejos de ser un valor en alza, es un riesgo para héroes. Lo son Assange y Snowden, que en un arrebato de sinceridad responsable, han renunciado a su libertad para invitar a la reflexión a millones de usuarios de las redes sociales, que sepan que la contrapartida del privilegio de formar parte de un mundo globalizado es vivir bajo vigilancia.
Con qué desenfado y ligereza aportamos voluntariamente datos personales a través de nuestro teclado, confesamos nuestros gustos, nuestras ideas religiosas, nuestras preferencias políticas, qué estamos haciendo y con quién en cada momento y dónde estamos o vamos a desplazarnos el próximo fin de semana o las próximas vacaciones, ilustrándolo con fotos que dan fe de ello. Datos fiables que dejarán una huella perenne e imborrable, aprovechada en su favor por indeseables y desaprensivos, siempre alerta como fieras al acecho.
Los satélites al servicio del espionaje mundial interceptan diariamente millones de comunicaciones a través de “palabras clave”. Soy bloguera desde hace más de dos años, y siempre me ha llamado la atención que la primera visita a cada nuevo post publicado proceda de EEUU. ¿Tengo un fan incondicional al otro lado del Atlántico, o un censor que examina todo lo que escribo…? Lagarto, lagarto.
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