Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

sábado, 14 de agosto de 2021

Frente a frente

 


El mar me observa, entre sollozo y sollozo. Y yo le observo a él, al albur de mi melancolía: su inacabable llanto, su lamento persistente, su ondulada cabellera azul. Frente a frente, sin intermediarios, sin tapujos, sin disimulo, sin circunloquios: el mar y yo. Ajenos a todo y a todos. Desnudos y desarmados. Sinceros, transparentes, cómplices.

Me trae a rastras agostos caducos, en este agosto lento y deshilachado, exento de compañías de dudosa garantía para la salud, un agosto en el que la introspección es norma diaria de obligado cumplimiento.

Pero el mar no entiende de calendarios, de ausencias ni de inicuas pandemias. Siempre está repartiendo su baile y su canción, aunque su perfume se esfumó hace ya mucho. Aquel inconfundible aroma a yodo y a sal que entraba por las ventanillas bajadas del coche y se hacía notar varios kilómetros antes de arribar a la costa.

Un proceloso mar contempla impasible lo que queda de mí. Y yo contemplo extasiada su plausible inmensidad, su enigmático mensaje, su imperturbabilidad, su enternecedora melodía, su estentóreo rugido, su perseverancia a mansalva.

La brisa eriza el vello de mi cuerpo cuando el sol juega al escondite por poniente, espejeando en la espuma de las olas, invitándome a la dulce e inevitable despedida.

Volveré cada día para saborear el filo de sus besos gozosos, para arroparme con sus aterciopeladas palabras de aliento.

 


 

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