Todos los días se conmemora algo. Hoy es el "Día Universal del Niño", y yo quiero dedicar a los niños, a todos los niños, estos dos poemas que escribí hace tiempo. De manera especial tengo hoy presente la imagen de cuatro hermanos, víctimas de los conflictos en Ghaza, muertos por causas que estos inocentes ni siquiera llegaron a conocer, y que me produce una purulenta tristeza y una inconmensurable impotencia. Los niños son niños, son el tesoro de la humanidad y la ilusión por un futuro mejor. Para ellos mis versos, porque son la razón de ser en mi trabajo y en mi vida.
OTOÑO
Una bóveda
gris plomo contempla serenamente
un
hervidero otoñal en un patio colegial
atiborrado
de gente, unos vienen, otros van.
Se
despierta otra jornada de mediados de semana
durante el
mes de Noviembre, lluviosa y con pocas ganas.
Y como
todos los días, un peregrinar cansino
de mochilas
y de niños, que corren haciendo ruido,
con las
ruedas que soportan la sabiduría de siglos.
Los abuelos
y los padres desempeñan su papel:
espectadores
de lujo de un desfile de modelos
que cruzan
su pasarela sin complejos ni tapujos.
El de los
pelos de punta y el pelirrojo de al lado
disputan
sin disimulo ser primeros de su fila
y están muy
acalorados.
Una muñeca
de cuento, con peinado de princesa,
le cuenta
sus confidencias a su amiga de gafitas,
llamada
María Teresa,
que luce
una gran bufanda de color azul turquesa.
Allá , a lo
lejos, se ve un grupito de chavales
jugando un
ratito a fútbol, que es lo primero en sus planes,
hasta que
la profesora avise para iniciar un viaje,
por
tortuosos senderos y rutas intelectuales.
Cuando sea mayor
Yo, cuando sea
mayor,
quiero ser niño de
nuevo.
Quiero volver al
colegio
y poder soñar
despierto,
perseguir mil
fantasías
en el patio de
recreo.
Llevar mis cuentas
al día,
con cifras de
muchos ceros,
resolviendo mis
problemas
con la ayuda de
mis dedos.
Leyendo mil
aventuras,
recorriendo el
mundo entero,
conociendo
personajes
surcando el mar en
velero,
mirando absorto
una mosca
que vuela directa
al cielo.
Que todas mis
pertenencias
quepan en un gran
sombrero,
de donde salgan sonrisas,
amigos y algún
conejo.
Con una mamá muy
linda
y un papá muy
lisonjero,
que te alfombren
el camino
con caricias y te
quieros.
Y al agonizar el
día,
agotado del
trasiego,
con una sabrosa
cena
y un baño muy
placentero,
bucear entre
algodones,
abandonarme a
Morfeo,
y entre nanas y
oraciones
ser un niñito de
nuevo.
Cuando un niño te sonríe y te dice sin malicia, en un tono
melifluo: “Seño, qué guapa vienes hoy”, ya sólo cavilas la manera de poner alas en sus pies para que vuele tras sus sueños.
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