La duda y la incertidumbre se han afincado en mi ánimo. Entre mi impaciencia y la confirmación de una realidad, media un compás de espera que se me antoja desasosiego. Un retraso acumulativo en las previsiones de horario del endocrino me permiten zambullirme en reflexiones, que esquivan mi probabilidad de saber si estoy tocada con la varita mágica del cáncer, esa "larga y penosa enfermedad", que acompaña a unos cuantos elegidos por imperativo celestial, hasta las puertas del más allá.
A decir verdad, y pensándolo friamente, he vivido una existencia plena, con todos sus requerimientos: plantar un árbol (misión cumplida); tener un hijo (en eso he cumplido con Dios y con la Patria como una campeona); y escribir un libro (que haberlo, haylo, aunque casi nadie lo haya leído). Podría decirse que ya puedo morirme con la satisfacción del deber cumplido. Otra cosa es que yo contemple esa posibilidad entre mis planes más inmediatos. Y va a ser que no. Aún cuando el cáncer se haya encaprichado con mi humilde persona, yo no se lo voy a poner en bandeja. No seré una presa fácil.
Me pregunto cuál será la reacción de mis seres más allegados ante la hipotética y fatídica noticia. O la mía. Si no sucumbo a las emociones, pienso asumirlo con serenidad y plantando cara. Siempre he conservado una sólida seguridad en mí misma, y cualquier iniciativa que me he propuesto la he sacado adelante, con mejor o peor estrella, pero no me doy por vencida. La férrea voluntad es una virtud que mi madre me ha inyectado en vena con su ejemplo y su testimonio, y la llevo por bandera.
No voy a negar que soporto un diablillo sobre mi hombro, que me chincha diciéndome al oído:"estás enferma, a ver cómo sales de ésta..." Pero sobre el otro hombro y vestido de blanco inmaculado, un duendecillo le hace la competencia a su contrincante, insistiéndome muy cerquita de la oreja: "ni caso, estás como una pera. Haces deporte, comes sano, estás delgadita, tú no eres su tipo..."
Y así pasan los minutos, ya casi podría decirse las horas, en esta fría sala de espera, en la que, por cierto, hace un calor insoportable, no solo por la descabellada temperatura de la calefacción, sino también por los sofocos que me asaltan sin previo aviso.
La expresión de los pacientes (nunca mejor dicho, porque hay que cultivar grandes dosis de paciencia para aguantar esta resignada espera), es digna de analizar. Imagino hacer delante de todos ellos, por estos desnudos pasillos, un flashmob con una música excitante, con muchos bailarines que salpiquen de entusiasmo estas almas yermas y los remueva en sus tumbas. ¡Qué subidón de adrenalina! Me encantan las fantasías que me hacen sonreír, aunque solo sea de pensamiento.
Voy a guardar a buen recaudo mi cuaderno de campo, que parece que ya va a tocarme. Estoy a punto de conocer las circunstancias en las que viviré mi futuro más próximo.
Cruzaré los dedos...
A decir verdad, y pensándolo friamente, he vivido una existencia plena, con todos sus requerimientos: plantar un árbol (misión cumplida); tener un hijo (en eso he cumplido con Dios y con la Patria como una campeona); y escribir un libro (que haberlo, haylo, aunque casi nadie lo haya leído). Podría decirse que ya puedo morirme con la satisfacción del deber cumplido. Otra cosa es que yo contemple esa posibilidad entre mis planes más inmediatos. Y va a ser que no. Aún cuando el cáncer se haya encaprichado con mi humilde persona, yo no se lo voy a poner en bandeja. No seré una presa fácil.
Me pregunto cuál será la reacción de mis seres más allegados ante la hipotética y fatídica noticia. O la mía. Si no sucumbo a las emociones, pienso asumirlo con serenidad y plantando cara. Siempre he conservado una sólida seguridad en mí misma, y cualquier iniciativa que me he propuesto la he sacado adelante, con mejor o peor estrella, pero no me doy por vencida. La férrea voluntad es una virtud que mi madre me ha inyectado en vena con su ejemplo y su testimonio, y la llevo por bandera.
No voy a negar que soporto un diablillo sobre mi hombro, que me chincha diciéndome al oído:"estás enferma, a ver cómo sales de ésta..." Pero sobre el otro hombro y vestido de blanco inmaculado, un duendecillo le hace la competencia a su contrincante, insistiéndome muy cerquita de la oreja: "ni caso, estás como una pera. Haces deporte, comes sano, estás delgadita, tú no eres su tipo..."
Y así pasan los minutos, ya casi podría decirse las horas, en esta fría sala de espera, en la que, por cierto, hace un calor insoportable, no solo por la descabellada temperatura de la calefacción, sino también por los sofocos que me asaltan sin previo aviso.
La expresión de los pacientes (nunca mejor dicho, porque hay que cultivar grandes dosis de paciencia para aguantar esta resignada espera), es digna de analizar. Imagino hacer delante de todos ellos, por estos desnudos pasillos, un flashmob con una música excitante, con muchos bailarines que salpiquen de entusiasmo estas almas yermas y los remueva en sus tumbas. ¡Qué subidón de adrenalina! Me encantan las fantasías que me hacen sonreír, aunque solo sea de pensamiento.
Voy a guardar a buen recaudo mi cuaderno de campo, que parece que ya va a tocarme. Estoy a punto de conocer las circunstancias en las que viviré mi futuro más próximo.
Eres una campeona! Me han encantado tus letras, y tu manera de enfrentarte a una espera tan tediosa y con tanta incertidumbre.
ResponderEliminarEres muy fuerte y conozco tu coraje, aunque por suerte, Dios prefiere que no tengas que librar esa dura batalla.
Me alegro un montón de que tus peores presagios no se hayan cumplido. Un besito y ENHORABUENA!!!!!!!!!!