De niña siempre disfruté de beca de estudios, por una parte porque mi padre era agricultor y no exactamente terrateniente, y en segundo lugar porque mi expediente académico avalaba esa ayuda.
Mis asignaturas favoritas eran la Educación Física, el idioma extranjero -francés, en aquellos tiempos- y el dibujo. En estas materias el sobresaliente estaba asegurado.
Cuando llegó el momento de decidir mi futuro, no pude realizar mi sueño, que era matricularme en La Almudena, en Madrid, para licenciarme en Educación Física. Incluso con beca estaba fuera del alcance económico de mi familia. Mi padre, con esa filosofía llana de la gente sencilla, me dijo: "tú primero te haces maestra, y después estudias lo que quieras". La teoría es una cosa y la práctica otra bien distinta.
Con 20 años, cuando finalicé Magisterio, ya no tenía la forma física necesaria para superar las pruebas de acceso. Sin contar que a esas alturas de mi vida ya tenía una relación, y quería ante todo estar con mi novio. Puesto que él estudiaba en Sevilla, opté por matricularme en la facultad de Psicología para rentabilizar el tiempo. La carrera me fascinaba, pero en cuanto me llamaron para trabajar de maestra la dejé, sobre todo porque mi pareja había terminado también la suya, y nuestros planes de futuro empezaron a verse claros.
Desde el primer curso impartí Educación Física, aunque no a tiempo completo como ahora. Los primeros años pululaba por el centro como un comodín, cubriendo las necesidades que surgían. De hecho mi especialidad eran las Ciencias Humanas y durante años di clases de Sociales a los tres últimos cursos de la EGB, además de ser tutora, por supuesto, con lo que esa función docente lleva implícito de tareas burocráticas y de atención directa al alumnado y a los padres.
Todavía en la actualidad, cuando he pasado generosamente el ecuador de mi vida profesional, tengo la ilusión de los comienzos, y casi diría también el miedo escénico, las dudas sobre mi preparación para la tarea docente, y las ganas de seguir aprendiendo. Me congratulo cada día, cada curso que pasa, por dedicarme al mundo de los niños. Cuando estoy agotada -que lo cortés no quita lo valiente- pienso en todos los que lidian con colectivos menos gratificantes, y aplaudo la sentencia de mi padre y mi docilidad al secundarla.
Os dejo esta pequeña poesía que relata los entresijos de mi clase, en la que me lo paso de fábula, y mis niños, también. Y si no os lo creéis, preguntádselo a alguno. Si un día falto por algún motivo, me reciben al día siguiente con aplausos, o incluso riñéndome por haberles privado de su hora favorita.
Otra ventaja que disfruto en mi desempeño profesional es la indumentaria. Es una auténtica gozada vestir diariamente un chándal y unas zapatillas. Carmen Lomana, la Preysler y las de su clase se rasgarían las vestiduras si tuvieran que lucirse con este bajo nivel de glamour, pero yo voy la mar de cómoda. Por si fuera poco, cuando los niños me ven vestida de "señorita", con unos buenos tacones y un atuendo mono, me llueven los piropos.
¿Cómo no voy a estar contenta con mi trabajo? Voy a escribirle una carta a Zapatero para decirle que conmigo no tendrá problemas si tengo que trabajar hasta los 67 años, que cuente conmigo siempre que quiera, (no se lo cree ni él), aunque necesite muletas en mi etapa final, yo iré feliz y contenta con chándal y a lo loco...jajaja...
Mis asignaturas favoritas eran la Educación Física, el idioma extranjero -francés, en aquellos tiempos- y el dibujo. En estas materias el sobresaliente estaba asegurado.
Cuando llegó el momento de decidir mi futuro, no pude realizar mi sueño, que era matricularme en La Almudena, en Madrid, para licenciarme en Educación Física. Incluso con beca estaba fuera del alcance económico de mi familia. Mi padre, con esa filosofía llana de la gente sencilla, me dijo: "tú primero te haces maestra, y después estudias lo que quieras". La teoría es una cosa y la práctica otra bien distinta.
Con 20 años, cuando finalicé Magisterio, ya no tenía la forma física necesaria para superar las pruebas de acceso. Sin contar que a esas alturas de mi vida ya tenía una relación, y quería ante todo estar con mi novio. Puesto que él estudiaba en Sevilla, opté por matricularme en la facultad de Psicología para rentabilizar el tiempo. La carrera me fascinaba, pero en cuanto me llamaron para trabajar de maestra la dejé, sobre todo porque mi pareja había terminado también la suya, y nuestros planes de futuro empezaron a verse claros.
Desde el primer curso impartí Educación Física, aunque no a tiempo completo como ahora. Los primeros años pululaba por el centro como un comodín, cubriendo las necesidades que surgían. De hecho mi especialidad eran las Ciencias Humanas y durante años di clases de Sociales a los tres últimos cursos de la EGB, además de ser tutora, por supuesto, con lo que esa función docente lleva implícito de tareas burocráticas y de atención directa al alumnado y a los padres.
Todavía en la actualidad, cuando he pasado generosamente el ecuador de mi vida profesional, tengo la ilusión de los comienzos, y casi diría también el miedo escénico, las dudas sobre mi preparación para la tarea docente, y las ganas de seguir aprendiendo. Me congratulo cada día, cada curso que pasa, por dedicarme al mundo de los niños. Cuando estoy agotada -que lo cortés no quita lo valiente- pienso en todos los que lidian con colectivos menos gratificantes, y aplaudo la sentencia de mi padre y mi docilidad al secundarla.
Os dejo esta pequeña poesía que relata los entresijos de mi clase, en la que me lo paso de fábula, y mis niños, también. Y si no os lo creéis, preguntádselo a alguno. Si un día falto por algún motivo, me reciben al día siguiente con aplausos, o incluso riñéndome por haberles privado de su hora favorita.
Otra ventaja que disfruto en mi desempeño profesional es la indumentaria. Es una auténtica gozada vestir diariamente un chándal y unas zapatillas. Carmen Lomana, la Preysler y las de su clase se rasgarían las vestiduras si tuvieran que lucirse con este bajo nivel de glamour, pero yo voy la mar de cómoda. Por si fuera poco, cuando los niños me ven vestida de "señorita", con unos buenos tacones y un atuendo mono, me llueven los piropos.
¿Cómo no voy a estar contenta con mi trabajo? Voy a escribirle una carta a Zapatero para decirle que conmigo no tendrá problemas si tengo que trabajar hasta los 67 años, que cuente conmigo siempre que quiera, (no se lo cree ni él), aunque necesite muletas en mi etapa final, yo iré feliz y contenta con chándal y a lo loco...jajaja...
LA HORA DE EDUCACIÓN FÍSICA
Distingo a lo lejos carreras y risas,
entran jadeando y con mucha prisa
y, como un torbellino, caen a Marisa.
“Seño”, ¿hoy qué nos toca:
carreras, partido, circuito o balón,
aerobic, raquetas o algo de expresión…?
Antes de que pueda a Luis contestar
Carmen me reclama para preguntar
si puede ir al baño, que quiere orinar.
Pedro me hace entrega de una tarjetita,
porque sus papás desean
concertar conmigo una cita.
Claudia se me acerca llena de emoción
para darme un beso y un buen achuchón
y alabar lo chulo que es mi pantalón.
Al cabo de un rato entran en escena
Ana, con muletas, - está hecha una pena-
siempre acompañada de su prima Elena.
Al darme la vuelta para organizar,
Ángel de las espalderas comienza a bajar,
y Víctor y Laura dejan de gritar.
Se hace un gran silencio, casi sepulcral,
y explico que hoy nos vamos a desplazar
imitando los pasos de algún animal.
Ahora somos perros, después canguritos,
cangrejos , caballos, monos o gatitos,
serpientes, pingüinos, ranas, pajaritos.
Continúa la clase con dedicación.
Hoy están gozando con esta sesión,
y al final reclaman, siempre por favor,
cinco minutitos jugando al balón.
Se acaba la hora con relajación,
y algunos se duermen igual que un lirón,
dejando en el suelo, grabado al vapor,
el perfil de su cuerpo bañado en sudor.
Se marchan con pena, algo resignados,
ahora en sus pupitres estarán sentados,
atendiendo a todo y muy concentrados,
hasta que el recreo disipe su enfado.
¡Felices sueños!
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