“Un perro en apuros”
(Cuentino)
En verano, a Blaky se lo llevaba su familia a la playa. El trayecto en
coche no le gustaba, pero una vez instalados en aquel pintoresco pueblecito
costero, disfrutaba de los pequeños de la casa, jugando con ellos a la orilla
del mar, y remojándose alegremente entre
las olas que iban y venían de manera insistente, mientras él les ladraba con
entusiasmo.
A los pocos días, le llevaron de excursión. Habían alquilado una estupenda
embarcación, con la que navegaron mar adentro. Blaky se colocó en la popa,
ensimismado mirando la estela blanca que quedaba como rastro el barquito en su
camino, mientras la familia tomaba un refresco alrededor del timón. Algo hizo
zozobrar la nave, hasta el punto que el perrito cayó al agua sin que nadie se
percatase del suceso. Ladró, pero nadie le escuchó. Nadó y nadó con
perseverancia, pero cada segundo el barco se alejaba más y más de él. Se sintió
perdido y las fuerzas comenzaron a fallarle. Tragaba agua, pero seguía
intentando alcanzar el barco, que continuaba su rumbo ajeno a la desgracia del
animalito.
Desde el fondo del mar, un tiburón acechaba a su presa, seguro de su
superioridad. Pero alguien más asistía a la escena presagiando un desenlace
fatal si no intervenía inmediatamente: era Flippy, un delfín muy bondadoso que
vivía en aquella zona.
No se lo pensó dos veces, y cuando el tiburón a punto
estaba de dar un bocado al pobre perrito, el delfín le alcanzó y chocó contra
él para desviar su trayectoria. Mientras el temible dientudo se recomponía del
inesperado golpe, Flippy se colocó debajo de Blaky para subirle en su lomo, y
echó a nadar como alma que lleva el diablo, para alejarle del peligro. Así,
agarrado a su aleta dorsal, alcanzó de nuevo el barco del que había caído al
mar, y su héroe le volvió a subir a la popa, con un preciso movimiento.
Blaky se sacudió enérgicamente el agua de su cuerpo, y seguidamente
levantó su patita delantera, a modo de despedida a su salvador. Flippy le
obsequió con una original pirueta sobre el agua, mientras se alejaba. Entonces
fue cuando los niños le descubrieron, y le empezaron a saludar desde la
cubierta, entre risas nerviosas y caras de sorpresa. No podían imaginar la
aventura que acababa de vivir su mascota, que ahora movía la colita y ladraba
agradecida, sintiéndose a salvo.
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