Querida Julia.
Voy a dejarme llevar por mis
sentimientos, sin trampa ni cartón, para dirigirte este escrito a modo de carta de
despedida, con algo de pena, pero con un profundo agradecimiento.
Durante estos siete años te he
considerado un poco mía, aunque eso de la posesión es inapropiado cuando se
trata de personas. Pero tú me entiendes: he disfrutado con tus alegrías y tus
triunfos, has vivido con la familia eventos entrañables y siempre he procurado
ayudarte si ha existido alguna dificultad de cualquier índole.
Comprendo las motivaciones que os
han llevado a Lu y a ti a separar desde este momento vuestros destinos por
caminos distintos. Vuestra relación comenzó con la ilusión de los 16 años y le
ponéis punto final con 23. Decidís de mutuo acuerdo salir de la zona de confort
en la que estabais asentados para entrar en una etapa de crecimiento personal y
profesional no exenta de riesgos. Pero así es la vida, y cada uno tiene que
escribir la suya conforme a sus deseos y a sus metas.
Te deseo lo mejor, y estoy
convencida que lo mejor para ti está por venir. Porque vales mucho, y acabarás
por demostrárselo a quien haga falta.
Has sido un pilar importante y
firme para la maduración de Lu como hombre y como persona, el motor que le ha
permitido evolucionar positivamente en los últimos años. De aquel niño
hiperactivo y mal estudiante que empezó a salir contigo hemos dado paso a un
chico sereno y cabal, que no ha vuelto a perder ni un solo año académico hasta
ahora, a un curso de terminar sus estudios de grado. Mi sincero agradecimiento
como madre.
Ya no tendremos tanto contacto,
pero cuenta siempre con mi cariño, mi complicidad y llévate los mejores recuerdos
de los años que hemos compartido.
Un abrazo,
Maribel.
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