Ya en estos primeros días de septiembre, después de haber renovado el fin de semana el colorcito dorado adquirido durante todo el mes de agosto, alguien me ha escupido sin miramientos: "qué mala cara tienes..."
No quiero ni pensar qué me dirá esa misma persona cuando pasen dos meses, con el cansancio acumulado de la rutina obligada, y el color verde aceituna aflore a mi cutis, entristeciéndome el gesto.
Para entonces los días de luz serán un vago recuerdo, y las horas muertas un espejismo.
Será necesario recurrir a las imágenes de archivo para revivir alegrías y remover las emociones estivales.
Largo será el sendero hasta alcanzar de nuevo la octava hoja del calendario, para poder rozar suculentas porciones de felicidad con la punta de los dedos.
Es tiempo de melancolía, de arrastrar con penuria las cadenas que nos oprimen el paso, castigados con trabajos forzados, cobijados bajo un tibio manto de austeridad otoñal.
Aguardaré, como guarda una novia la ausencia, el nuevo solsticio de verano, para desnudar nuevamente mi cuerpo y mi alma ante el gélido abrazo de azul y de sal.
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