Cuento de Navidad
Silbó el estallido del látigo a su
espalda, y supo que había llegado el momento de ser feliz. Más que una sonrisa,
su cara dibujó una mueca. Danzaron sus pies sin alzarse siquiera del suelo, con
monótonos movimientos, como si de un autómata se tratara. Se escuchaban a lo
lejos campanas de fiesta y ruidosos cascabeles. Podían distinguirse brillos en
las calles y reinaba en el ambiente un insolidario olor a perfume caro y a
marisco prohibitivo, que enmascaraba el hedor a miseria. Casi no podía con sus
preciadas pertenencias, una carga de cartones y cachivaches, remetidos en
desgastadas bolsas de plástico que lucían en letras rojas “¡Feliz Navidad!”.
Apenas tenía tiempo de revisar los suculentos contenedores que encontraba en su
camino. Aquella era la milla de oro en
su penoso peregrinaje urbano. La felicidad seguía dándole empujones a golpe de
látigo, pero de sobra sabía que le esperaban días de dudosa alegría. Su soledad
era una más entre aquella anónima multitud. Se quedó absorto mirando un cartel
pegado a la pared, en el que posaba un señor con cara de buena persona, con un
slogan que rezaba: “Trabajamos por tu bienestar”. El colorín vamos a obviarlo.
Publicado en 'Cartas al Director' del diario HOY el sábado 19 de diciembre de 2015.
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