Nunca nada me ha quitado el
sueño, será que mi conciencia está bien tranquila. Que el dolor te saque a patadas de la cama mucho antes de salir el sol
es, después de meses, agotador y cansino.
Si algún día merezco un enemigo,
desearé para él una capsulitis adhesiva del hombro derecho como la que yo tengo
el disgusto de padecer. No le matará, pero será peor que una muerte anunciada o
que una muerte súbita. Un dolor con sistema de goteo, para que no falte. Sin
mencionar no poder abrocharte el sostén,
colgar una percha en el armario, echarte desodorante, peinarte la coronilla,
ponerte un jersey o subirte unos pantalones. Por descontado, abstención
absoluta para abrazar, abarcándolo todo, como a mí me gusta, o bailar un
merengue con Mane, con esas revueltas que me da llenas de ritmo y de pasión.
Las 20 primeras sesiones de rehabilitación
las pasé con onda corta, magnetoterapia, corrientes, ultrasonido, y ejercicios
individuales con escalerita de pared, poleas o pica. Menos mal que mi
rehabilitación contempla desde hace tres días, por prescripción facultativa, las
movilizaciones de la articulación escápulo-humeral con ayuda de la fisioterapeuta,
Anabella, bella tal y como su propio nombre indica. He progresado algunos
grados en los movimientos del hombro;
eso sí, a costa de sudores fríos, lagrimones como puños y quejidos lastimeros.
"Da gusto estar de baja", había
oído decir, "qué gusto tener todo el día para hacer tus cosas"… Si descuento el
tiempo que empleo en mi sesión diaria de hora y media, más el trayecto de ida y
el de vuelta, las citas con el médico de cabecera para renovar el parte de
baja, llevarlo luego al colegio, o con el médico de la mutua para ver la
evolución, no da mucho de sí el día, porque se te parten las mañanas y las tardes.
Otra “ventaja” es no poder salir
de viaje, ni siquiera en fin de semana, salvo que se pida autorización expresa.
O no poder salir a correr, aunque tus piernas estén perfectas.
Y ni que decir tiene que, en
casa, se hace imposible adelantar ningún tipo de faena que requiera usar el
brazo derecho, verbi gracia barrer, fregar, limpiar cristales, pintar…
Vamos, una bicoca. Desde que
terminaron las vacaciones de Navidad, me siento como en el limbo, pululando por
una etérea y fantasmagórica situación que me hace sentir inservible, invisible y me
desubica de la bendita rutina de aquellos que gozan de una salud plena.
Echo de menos hasta el cansancio,
el frío en el colegio, el sueño y las disfonías. Y por supuesto, extraño mucho
a mis alumnos, incluso a los más trastos, y a mis compañeros.
Ojalá se atisbe en el horizonte
más próximo mi reincorporación, y que con ella se espanten mi limitación de
movimientos y mis dolores, esos que sufro en el silencio de las noches y que mi
marido soporta con cristiana resignación, esos que la oscuridad amplifica hasta
sacarme el llanto más desconsolado.
Continuará...
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