Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 13 de febrero de 2015

Mi capsulitis adhesiva y la m. que la p.





Nunca nada me ha quitado el sueño, será que mi conciencia está bien tranquila. Que el dolor te saque a patadas de la cama mucho antes de salir el sol es, después de meses, agotador y cansino.
Si algún día merezco un enemigo, desearé para él una capsulitis adhesiva del hombro derecho como la que yo tengo el disgusto de padecer. No le matará, pero será peor que una muerte anunciada o que una muerte súbita. Un dolor con sistema de goteo, para que no falte. Sin mencionar no poder  abrocharte el sostén, colgar una percha en el armario, echarte desodorante, peinarte la coronilla, ponerte un jersey o subirte unos pantalones. Por descontado, abstención absoluta para abrazar, abarcándolo todo, como a mí me gusta, o bailar un merengue con Mane, con esas revueltas que me da llenas de ritmo y de pasión.


Las 20 primeras sesiones de rehabilitación las pasé con onda corta, magnetoterapia, corrientes, ultrasonido, y ejercicios individuales con escalerita de pared, poleas o pica. Menos mal que mi rehabilitación contempla desde hace tres días, por prescripción facultativa, las movilizaciones de la articulación escápulo-humeral con ayuda de la fisioterapeuta, Anabella, bella tal y como su propio nombre indica. He progresado algunos grados en los movimientos del  hombro; eso sí, a costa de sudores fríos, lagrimones como puños y quejidos lastimeros.


"Da gusto estar de baja", había oído decir, "qué gusto tener todo el día para hacer tus cosas"… Si descuento el tiempo que empleo en mi sesión diaria de hora y media, más el trayecto de ida y el de vuelta, las citas con el médico de cabecera para renovar el parte de baja, llevarlo luego al colegio, o con el médico de la mutua para ver la evolución, no da mucho de sí el día, porque se te parten las mañanas y las tardes.
Otra “ventaja” es no poder salir de viaje, ni siquiera en fin de semana, salvo que se pida autorización expresa. O no poder salir a correr, aunque tus piernas estén perfectas.
Y ni que decir tiene que, en casa, se hace imposible adelantar ningún tipo de faena que requiera usar el brazo derecho, verbi gracia barrer, fregar, limpiar cristales, pintar…
Vamos, una bicoca. Desde que terminaron las vacaciones de Navidad, me siento como en el limbo, pululando por una etérea y fantasmagórica situación que me hace sentir inservible, invisible y me desubica de la bendita rutina de aquellos que gozan de una salud plena.


Echo de menos hasta el cansancio, el frío en el colegio, el sueño y las disfonías. Y por supuesto, extraño mucho a mis alumnos, incluso a los más trastos, y a mis compañeros.
Ojalá se atisbe en el horizonte más próximo mi reincorporación, y que con ella se espanten mi limitación de movimientos y mis dolores, esos que sufro en el silencio de las noches y que mi marido soporta con cristiana resignación, esos que la oscuridad amplifica hasta sacarme el llanto más desconsolado. 


                            Continuará...

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