A
duras penas hemos hecho el cambio de ropa en los armarios, y ya la tenemos
aquí. Con las reservas de comidas de empresa, los décimos de lotería que nunca
tocan, las luces de colores en las calles, enmascarando las miserias, los Papá
Noel trepando por los balcones, los turrones en las estanterías de los
supermercados, las vallas publicitando las próximas rebajas y los juguetes, los
whatsapp navideños, los regalos de
amigos invisibles y los villancicos como fondo musical en las zonas
comerciales.
Hay que adornar las casas para la ocasión, decorar las mesas para
cada comida, llenar la despensa de víveres por encima de algunas posibilidades,
vestir de fiesta para las reuniones, comer, beber, regalar, felicitar, sonreír,
aparentar… Tenemos que dejarnos tocar por el “espíritu de la Navidad”, dejar
que nos arrastre la corriente, si no deseamos que nos señalen y nos tachen de
bichos raros.
Soy
rebelde (porque el mundo me ha hecho así, como cantaba Jeanette), y estas
fechas me repatean. Tal vez porque todo viene impuesto por calendario, y no me
gustan los corsés; tal vez porque el desencanto me cubre como una fina lluvia;
tal vez porque tanta felicidad postiza acentúa más los desencuentros; tal vez
porque sé que fuera de mi entorno se viven dramas insoportables e incomprensibles
que yo procuro ignorar en defensa propia, y me odio por mi cobardía; tal vez porque mi fe cayó en un agujero negro
que no tiene salida. Ya llegó la riada.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el viernes 8 de diciembre de 2017.
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