(Foto de mi amigo Diego Algaba Mansilla)
Se me escapa este soleado domingo
de otoño, dejándome un dulce sabor de boca y una sonrisa de satisfacción
tatuada en el gesto.
Tenía previsto participar en una
carrera solidaria a favor de los alérgicos a los alimentos, y madrugué para
desayunar sin prisas y llegar con tiempo de calentar antes de la prueba.
Coincidí con dos antiguos
alumnos, uno de ellos compañero actualmente de trabajo, que también iban a
correr. Salimos al mismo tiempo, pero solo
me mantuve a su lado los primeros 500 metros; en ese punto bajé el ritmo y
empecé a perderlos de vista. Les doblo la edad, y mi aspiración en esta segunda
carrera en toda mi vida consistía, igual que en la anterior, en llegar a la
meta después de recorrer los 6 kilómetros.
Y llegué, pero me costó. Hacía
mucho calor hoy, y yo tengo la costumbre de salir a correr de noche, por lo que
mi lucha es conmigo misma, con mis limitaciones físicas y mi fortaleza
psicológica, sin entrar en juego factores meteorológicos adversos.
Me animó mucha gente mientras
corría, gente que no conozco o que no he reconocido, algo que es de agradecer
para esforzarte, a sabiendas que tu único premio será la satisfacción de un deber,
autoimpuesto, cumplido.
Recogí una mochila, que
entregaban a todos los corredores participantes, en la que encontré agua, zumo
y fruta, víveres de los que di buena cuenta.
Me acerqué a la mesa donde
estaban revisando las clasificaciones, y le pregunté a uno de los encargados
por la lista de las veteranas. Viendo que me buscaba entre las corredoras de
los años 70, le dije: mira la última página, que soy seguramente la más vieja.
A lo que, mirándome de arriba abajo, me contesta: pues quién lo diría… Subidón
de moral. Había cuatro mujeres entre 1960 y 1964, y yo había llegado la última.
Ya relajada, miré el móvil,
mientras hacía tiempo para ver el resto de carreras, en las que participaban
muchos alumnos míos del colegio en distintas categorías. Uno de los mensajes
era de mi amigo Diego: me felicitaba por haber ganado el premio a la “carta de
la semana” en la revista XL Semanal. Me alegré mucho, aunque ni siquiera estaba
segura en ese momento qué escrito me habrían publicado. Pero no podría comprar
el periódico hasta salir de la universidad, cuando volviese a casa.
Disfruté viendo cómo mis alumnos
conseguían pódium en todas las categorías, les aplaudí a rabiar e intercambié
algunas palabras con sus padres.
Hubo una actuación de un grupo de
chicas, que realizaron varias coreografías sobre bicicletas estáticas,
espectáculo que me pareció de lo más lucido.
Llegó por fin la entrega de
premios en cada categoría, y finalmente un sorteo de regalos con los números de
dorsal. Tuve la suerte de ganar una caja con vino de Almendralejo, con mi 325.
De vuelta a casa, paré a echar
gasolina y a comprar, por fin, el periódico con su suplemento dominical. La
carta premiada lleva por título “La vida alegre”, y ya la publicó el diario HOY
hace un par de semanas. Ni siquiera recordaba haberla enviado, a veces, si el
tema del que escribo no es local, provincial o autonómico, mando el archivo a
ambas publicaciones. Esta es ya la cuarta vez que tengo el privilegio de ser
seleccionada por Lorenzo Silva, al que admiro profundamente, pero en esta ocasión he ganado una tablet. Comenzó a
encandilarme aún más cuando asistí a una conferencia suya durante una “Feria
del Libro” de Badajoz. Oírle hablar en directo es una auténtica gozada.
Y he aquí el resumen de este gran
día. Mañana iré a trabajar con una motivación diferente, con una gran ilusión:
empezamos los ensayos del primer coro de profesores que hemos tenido en el
centro, con proyectos inmediatos de actuaciones. Llevamos todo el fin de semana
eligiendo temas para el repertorio, consensuando a través del grupo de whatsapp formado a tal efecto.
Pero eso será objeto de otro
post.
BYE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario