Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

domingo, 12 de enero de 2014

Pataleta silenciosa


Se me ha pasado el domingo, ¡qué digo el domingo!, el fin de semana, haciendo tareas que no me apetecía nada hacer, y me he quedado con las ganas de algo tan simple como leer un rato en el porche, al aire libre, porque era el momento de recoger la cocina, de tender la ropa o de vete tú a saber qué otra lindeza poco gratificante. Iré mañana a trabajar sin haber cargado la batería, con la sensación de vivir al servicio de las personas que me rodean. Siempre estoy donde los demás esperan que esté. Llega el hastío a tal punto, que confundo mis sentimientos hacia ellas, y las veo como verdugos de mi tiempo, ¡mi tiempo, el que se va descontando de mi vida de manera inmisericorde! Cada minuto que pasa será irrecuperable, pagamos nuestro paso por la vida no con euros, sino con tiempo. ¿De qué vale el dinero cuando se agota el tiempo de disfrutarlo…? 


Hay tantas cosas que no hago por no disponer de tiempo, que ya veo como imposible poder realizarlas. Y no son nada importantes: terminar un mantel que lleva meses inacabado, colocar una balda en un aparador, ordenar los altillos, quitar las malas hierbas… Y, por supuesto, retomar la novela que empecé por fin a escribir este verano, terminar “La sonrisa etrusca” de mi admirado José Luis Sampedro, sin olvidar mis sesiones de mantenimiento en el gimnasio, mi entrenamiento para la carrera de más de 7 kilómetros en la que me he inscrito… Todo ello trenzado con mi horario laboral y acompasado con las comidas diarias, que hay que planificar, realizar, servir y recoger, el vaciado del cesto de ropa sucia, que se multiplica milagrosamente, como los panes y los peces de la Biblia, y el lavado y planchado de la misma, la compra para rellenar la despensa y la nevera para mis fieras, espantar el polvo y las pelusas del suelo de vez en cuando,  para que no se instalen permanentemente,  y un largo etcétera de faenas sin nombre que van surgiendo como de la nada en el día a día de una familia numerosa, en la que cuatro van a su bola y yo a la bola de los demás. Ingrato papel el que me ha tocado, o el que me he dejado adjudicar. Solo me resta poder desahogarme con el teclado. Quejarme en voz alta es tontería, mejor guardo silencio.


              ¡Llego a todo, llego a todooo...!

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