Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

domingo, 7 de octubre de 2012

La fauna matutina


                                            La fauna matutina

     Circunstancias personales me han obligado a hacer uso del autobús urbano. La línea que tomé lleva al Hospital Infanta Cristina y a la Universidad desde mi barrio. A primera hora de la mañana estábamos en el autobús escasas personas, pero a medida que recorría su cansino itinerario, sus asientos y más tarde sus pasillos, fueron llenándose de jóvenes. 


     La mayoría de ellos manipulaba compulsivamente el teclado de su móvil, y al terminar de golpear con sus pulgares, casi todos introducían auriculares en sus orejas para ir escuchando música, lo cual les da, bajo mi punto de vista, un aspecto de ausentes que probablemente se ajuste a la realidad. Yo los observaba con ojos curiosos, mientras analizaba con lupa sus comportamientos.


     Había una chica morena, de pelo largo que le caía hasta la cintura, embutida en un vaquero pitillo, con una ajustada camiseta que dejaba imaginar sus voluptuosas formas, tocándose la melena constantemente, de manera minuciosamente estudiada durante horas ante el espejo, para dar la imagen ensayada. Se le notaba en su actitud que se sentía admirada por los presentes.


     La miraba de reojo, con torpe disimulo, otra chica menos sexy, menos arreglada, peor vestida, rollo hippie, y lo hacía de arriba abajo, de abajo arriba, fijando su atención en algún detalle intermedio: ahora el bolsito de cuero colgado en bandolera, ahora las cuñas, ahora el esmalte azul de las uñas de los pies…


     Y, justo detrás de esta última, un chico, al que las dos damas estaban ajenas. Él miraba sin reparo a ambas, con el descaro que permite el anonimato entre una muchedumbre. Su aspecto era desaliñado, parecía haber saltado de un brinco de la cama, vestido con lo primero que pilló a mano, para echar a correr, sin nada en el estómago, -de ahí su rostro demacrado-, y coger a tiempo el bus para llegar a su primera clase.


     Dejando al margen los inconvenientes de moverse en transporte público, sobre todo cuando acostumbras a desplazarte en tu propio coche, y apreciando también sus múltiples ventajas, he de reconocer que ha sido una experiencia interesante disfrutar el privilegio de ejercer de observadora ocasional del ambiente mañanero, en el interior de un autobús sembrado de universitarios. 


     Espero no haber sido la nota discordante. A ver si se me pega algo de su frescura, que me estoy haciendo mayor. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario