La fauna matutina
Circunstancias personales me han obligado
a hacer uso del autobús urbano. La línea que tomé lleva al Hospital Infanta
Cristina y a la Universidad desde mi barrio. A primera hora de la mañana
estábamos en el autobús escasas personas, pero a medida que recorría su cansino
itinerario, sus asientos y más tarde sus pasillos, fueron llenándose de
jóvenes.
La mayoría de ellos manipulaba compulsivamente el teclado de su móvil,
y al terminar de golpear con sus pulgares, casi todos introducían auriculares
en sus orejas para ir escuchando música, lo cual les da, bajo mi punto de
vista, un aspecto de ausentes que probablemente se ajuste a la realidad. Yo los observaba con ojos curiosos,
mientras analizaba con lupa sus comportamientos.
Había una chica morena, de pelo largo que le
caía hasta la cintura, embutida en un vaquero pitillo, con una ajustada
camiseta que dejaba imaginar sus voluptuosas formas, tocándose la melena constantemente,
de manera minuciosamente estudiada durante horas ante el espejo, para dar la
imagen ensayada. Se le notaba en su actitud que se sentía admirada por los
presentes.
La miraba de reojo, con torpe disimulo,
otra chica menos sexy, menos arreglada, peor vestida, rollo hippie, y lo hacía
de arriba abajo, de abajo arriba, fijando su atención en algún detalle
intermedio: ahora el bolsito de cuero colgado en bandolera, ahora las cuñas,
ahora el esmalte azul de las uñas de los pies…
Y, justo detrás de esta última, un chico,
al que las dos damas estaban ajenas. Él miraba sin reparo a ambas, con el
descaro que permite el anonimato entre una muchedumbre. Su aspecto era
desaliñado, parecía haber saltado de un brinco de la cama, vestido con lo
primero que pilló a mano, para echar a correr, sin nada en el estómago, -de ahí
su rostro demacrado-, y coger a tiempo el bus para llegar a su primera clase.
Dejando al margen los inconvenientes de
moverse en transporte público, sobre todo cuando acostumbras a desplazarte en
tu propio coche, y apreciando también sus múltiples ventajas, he de reconocer
que ha sido una experiencia interesante disfrutar el privilegio de ejercer de
observadora ocasional del ambiente mañanero, en el interior de un autobús
sembrado de universitarios.
Espero no haber sido la nota discordante. A ver si se me pega algo de su frescura,
que me estoy haciendo mayor.
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