CASCABEL
El día de la Diada se manifestaron en la
calle muchos catalanes reclamando su independencia de España. Es cierto que
salieron muchos, pero yo no los conté
–la guerra de cifras se impone en estos eventos- y tampoco conozco con
suficiente fiabilidad la estadística que precisa a cuantos catalanes
representan con su antigua reivindicación separatista.
Yo me siento orgullosa
de ser española, de la misma manera que llevo a gala ser extremeña, y me alegra
saber que para mí no son excluyentes ambos conceptos. Desgraciadamente, hay
catalanes que no quieren ser españoles, y debe escocerles bastante la etiqueta
que la historia les impone, por lo que hacen ímprobos esfuerzos para deshacerse
de ella por todos los medios.
Es triste, yo lo veo como un matrimonio en el que
uno da más que el otro, llegando al hastío, al enfrentamiento abierto, y al “se
nos rompió el amor de tanto usarlo”, que dice la copla. Y, llegados a este
punto, la alternativa es el divorcio como mal menor.
Pero, ¿quién le pone el
cascabel al gato? Porque dinamitar esta larga relación, con tantos hijos que
sufrirán las consecuencias de la ruptura, quizás sea mejor que el estoico
aguante por mantener a flote lo que ya ha naufragado definitivamente.
Y que
cada palo aguante su vela.
Carta publicada el domingo 16 de septiembre de 2.012 en el periódico HOY.
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