Esta tarde formo parte de una trasnochada instantánea
en blanco y negro. El horizonte dibuja sus líneas en una amplia gama de grises.
Ni el mar ni el cielo han sacado esta tarde su manto azul.
Destacan tímidamente dos o tres fachadas
de color, rodeadas de casitas encaladas de blanco, compartiendo estampa con los
tonos ocres de los tejados. La vista es bella, inquietante y distinta de la de
los otros días.
Se mece en mi pelo la brisa marina, y
apacigua del intenso calor mi dorada piel, acariciándola con descaro, sin
prisas. Revolotean nerviosas las páginas del libro que descansa sobre la mesa
de la terraza.
Camina la tarde por el sendero del verano, marcando la huella de sus
pasos seguros sobre la tierra que pisa.
Es agosto, el de las horas muertas, el de
las mareas vivas, el de los amores moribundos.
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