Un cuento de mujeres pepeciales.
Ya lo dije antes de ahora: la princesa
está triste. Está triste desde el mismo momento en que las urnas proclamaron la
victoria de Mariano, porque ella sabía lo que Mariano podía dar de sí. Ella
sabía de primera mano lo que escondía Mariano en su manga, además de "los chuches". Y sigue con la mirada perdida,
enigmática, melancólica, temerosa, rogando al cielo en la intimidad que no
acabe todo en una desgracia, cuyo máximo responsable sería el de la lengua de
trapo. Ya lo cantaba la copla: “Marianete, si no sabes torear, p’a qué te
metes…”
Viri,
desde la cima de la montaña, ve trepar a una niñata, Andreíta de los Montes, que entusiasmada grita:
“Papi, papi, mira qué bien trepo… Los de abajo me increpan, papi. ¡Que se
jodan! Cuidado, papi, que te quieren empujar, ¡ay, papi, que te caes rodando…!”
Por un sendero paralelo, viene pisando con
garbo mini Soraya, mirando arriba, con perspectiva, sin perder de vista la
cumbre, ignorando al resto de alpinistas, altiva, arrogante, impasible, con una
media sonrisa dibujada en su cara. “Mamá, quiero teta…, mamá, cámbiame el
pañal, que tengo el culito escocido… ¡Calla, egoísta!, ¿no ves que me esperan
en la rueda de prensa…? Voy a poner carmín en mis morritos, y yo… ¡con estos
pelos!”
Y sentada ante las impresionantes vistas,
por encima del bien y del mal, con el
gesto acartonado por la proteína botulínica, está sentada en su trono la Cospe.
Trae instrucciones precisas de los Bilderberg, sus amos y señores, para
repartir leña a diestro y siniestro, que estos campesinos analfabetos no saben
lo que se traen entre manos, y hay que ponerlos en su sitio. “¡Espe, trae ipso
facto mi espejito mágico, que necesito una dosis de autoestima…!”
Mientras, no lejos de allí, Botella de
Aznar ensayaba su discurso magistral, ante la atónita mirada de su improvisado público:
“ Nuestro credo político tiene unos
puntos muy claros, que son: Grecia, Roma, el Cristianismo y Europa…”.
Y pasaron los años, y por aquellas laderas
se libraron batallas, y rodaron cabezas, y los más avispados coronaron la cima,
y las damas se entremezclaron con naturalidad y demostraron sobradamente su agilidad para trepar, y lo
hacían igual de bien o de mal que cualquiera, y…
¡colorín, colorado, este cuento
de mujeres pepeciales se ha acabado!
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