Desde la terraza de un ático, rodeado de edificaciones bajas y con una tenue iluminación en la calle, las noches de verano se hacen mágicas. Las estrellas brillan con más nitidez, se puede distinguir a simple vista el planeta Marte, si sabes ubicarlo en la cúpula celestial, y actualmente el planeta Saturno luce como una estrella más.
Este fin de semana lo he pasado en mi refugio. A medianoche, en buena compañía, con una copita regando una tranquila charla, disfrutando de la brisa marina y del cercano arrullo de las olas, cuatro personas mirábamos las luces titilantes de un oscuro cielo, desparramados a nuestro libre albedrío en las tumbonas de mi terraza.
Pasaban aviones, surcando un mar de estrellas, reafirmando su presencia con multicolores luces intermitentes, cuando nos llamó la atención una luz, aparentemente otra estrella, que se desplazaba sin las prisas de la aviación comercial. Una trayectoria decidida, recta y perfectamente visible a simple vista, desde donde nos encontrábamos, en alto, a oscuras y con un amplio espacio visual del firmamento. Y al momento, todavía sin salir de nuestro asombro, otra luz de idénticas características. La primera que detectamos, desapareció sin más, sin dejar rastro. La trayectoria de la segunda se prolongó algo más en el tiempo, tuvimos ocasión de seguirla con más detenimiento, y al cabo de unos segundos, emitió un gran destello luminoso, tras el cual se esfumó literalmente.
Nuestra perplejidad fue mayúscula, y los cuatro teníamos la convicción de haber visto un ovni, mejor dicho dos, descartando unánimemente la idea de cualquier aparato volador conocido.
Cuando mi hijo Lu ha vuelto de pasar una semana con su pandilla en Albufeira, en el Algarve portugués, no muy lejos de la Costa de la Luz, donde yo estaba, le comenté el suceso. Su respuesta, nerviosa y precipitada por la insólita coincidencia, fue que él había visto el mismo fenómeno en compañía de sus amigos desde donde estaban en la playa, la misma noche.
Nunca he dudado de la existencia de otros seres entre nosotros, considero una teoría sumamente egocéntrica creer que somos la única raza inteligente del cosmos, pero nunca antes de ahora había vivido una experiencia ovni que reforzase mi lógica teoría.
Estamos atravesando un año de cambios importantes, de convulsas manifestaciones, de reprimidas rebeliones, de cambio de conciencias, de reorganización del mundo conocido. Es una ocasión propicia para que otros seres, testigos de nuestra evolución, hagan su aparición en escena. No tengo una visión apocalíptica de los últimos días del 2.012, pero un zarandeón sí que nos lo hemos ganado a pulso.
Esperaremos a ver qué pasa, y si nos las apañaremos solos, o tendrán que echarnos un cable desde fuera.
¡VOLVERÉ!
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