Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

lunes, 20 de abril de 2020

Hacer la compra


Salvo el sábado, día en que ir a hacer acopio de enseres para llenar la despensa se convierte asimismo en un triste ensayo de vida social, ausente por otros cauces, la rutina habitual consiste en ir haciendo pequeñas compras de emergencia en los establecimientos que caen de paso, ya sea en el camino de ida o en el de vuelta del trabajo, por aquello de rentabilizar el tiempo y los desplazamientos.
Desde que comenzó la cuarentena he salido de casa, para esos menesteres, solo dos veces. El simple hecho de tomar la firme decisión de arrojarme a la arena del circo, como una mártir cristiana, me dibuja automáticamente en la cara una mueca de miedo.
Salir a hacer la compra, desde que nos obligaron a este confinamiento domiciliario, se ha convertido en un auténtico acto de heroísmo, en el que hay que sortear las minas de un enemigo tan invisible como mortífero.


Para empezar, hay que preparar el equipamiento. No dudo que guantes y mascarilla sean esenciales para protegerse, pero no es menos cierto que suponen dificultades añadidas para un combate ágil.
Ya lo dice el refrán: “gato con guantes, no caza”. Bueno, yo cazo etiquetas cuando peso la fruta, y el adhesivo coge cariño a mis guantes y se me pega como una lapa. Acabo tirándolos, después de hacerme sonrojar al observar cómo se desesperan los que aguardan impacientes que yo termine para pesar sus artículos, cuando no se ríen de mi torpeza abiertamente.
La mascarilla sería inofensiva, si no fuera porque uso gafas y, en cada respiración, se me empañan. Intentar adivinar el mundo tras un tupido velo es un momento cómico que no tiene precio.


Del desembarco y desinfección de las provisiones, una vez en casa, escribiré otro día. Esa es otra… Menuda odisea. O acaba pronto este encierro o el encierro acabará conmigo. 
Te lo juro por Snoopy.



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