Estaba yo mensajeando con un pariente por guasap, sentada en mi coche, mientras
daba rienda suelta a mi beatlemanía, cuando
sentí mariposas en el estómago. Decidí tomar un brunch para reponer
fuerzas a media mañana, mientras le esperaba en el velador de una terracita.
Tiene fama de sieso, y le acompaña
como un perro fiel una desagradable actitud de bordería. Se siente muy importante porque vive en un casoplón, pero sus detractores no se
privan de soltarle un zasca con más frecuencia de la que él desearía. Va pregonando por doquier su etiqueta de antitaurino, pero le importa un rábano que la Naturaleza sufra los
efectos nefastos del arboricidio.
Este relato ficticio viene a
corroborar la incorporación de nuevos términos al diccionario de la RAE,
siempre atenta esta institución a la manera de comunicarse en la calle. Son
nueve en total, que se han integrado en nuestro vocabulario habitual de un
tiempo a esta parte.
En contraposición, otras palabras
han sido eliminadas del diccionario por obsoletas, pero me resisto a prescindir
de ellas porque, además de resultarme curiosas, intensifican mi nostalgia
lingüística. Así pues, a riesgo de publicar un escrito encenagado, reverdece mi memoria con algunas de ellas, bajo la luz
de una lámpara titilante. Está claro
que algunas medidas drásticas de la RAE pueden resultar ulcerantes para nuestra lengua.
Y hasta aquí mis renglones, no
vayan a acusarme de enseñorearme de
esta sección.
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