Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 20 de diciembre de 2019

¡Al rico plátano...!



Ciertamente, el arte es subjetivo, pero en ocasiones pienso que hemos tocado techo normalizando lo absurdo. No hace mucho, una portada del New York Post levantó un gran revuelo. En una galería de arte contemporáneo de Miami se exponía una obra que fue vendida por la nada desdeñable cifra de 120.000 dólares. Hasta ahí todo podría parecer normal, si no fuera porque el artista se limitó a pegar una banana en la pared con un trozo de cinta aislante de color plateado. Hubo problemas con la seguridad debido a las largas colas que se formaron para visitar la muestra artística. Para más inri, un hombre se acercó, arrancó el adhesivo y se comió el plátano con gusto. En ese momento, ya habían adquirido –y pagado- la “obra” tres personas… Pero se argumenta que la inversión de los compradores era por el “concepto”. Glup. La banana puede sustituirse, dicen…


Hay antecedentes para este caso: “La fuente”, de Duchamp, un simple urinario de porcelana presentado en New York a principios del siglo XX, ponía de manifiesto, de forma irónica, la inutilidad del arte.


De igual manera, el polémico artista conceptual Piero Manzoni expuso, en el año 1961, su “Mierda de artista”, que no era otra cosa que una lata de conservas en cuyo interior se guardaban excrementos del autor, según reza en su etiqueta. Y la vendió a precio de oro, literalmente. Su fama fue internacional desde entonces.


Todo este sinsentido me trae a la memoria el clásico cuento “El traje nuevo del emperador”, de Andersen. El miedo a parecer incultos, retrógrados o faltos de criterio hace caer a más de uno en el ridículo más vergonzante. Yo quiero ser hoy el niño de ese cuento, que se atrevió a decir en medio de una multitud manipulada, con su natural inocencia: “Pero, ¡si el emperador va desnudo…!”. Pues eso.


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